El primer partido le gané a una australiana que se pasó todo el partido provocándome, gritándome cosas, mirándome feo y haciéndome gestos con sus puños. El público estaba con ella, la aplaudían, la vivaban porque era atrevida y muy latosa. Eso me enardeció mucho y ya saben que cuando me molesto soy peor que un iracundo monstruo ja ja ja. La ametrallé con dinamitazos de todo calibre y logré ganarle por 6-4 y 6-2. Ni la besé al final del partido. Alcé mi naricita y me despedí de los jueces con una venia.
-Eres bien malcriada, perra-, me dijo ella, entones, en español, pero no le hice caso, me fui haciendo eles con mis manos, meneando la minifalda y mi cabecita alzada, sacudiendo mis largos pelos hechos en cola.
Luego tuve que esforzarme mucho para superar a una coreana tan ágil que parecía estar hecha en alambre. No sé cómo hacía para alcanzar las pelotas más lejanas. Se lanzaba como si lo hiciera a una piscina y rechazaba los pelotazos con exactitud y tan presta como caía, ya estaba