El Túnel de la Libertad y el Último Bastión del Honor
La oscuridad del túnel de contrabando era una bendición y una prisión. El hedor a tierra húmeda, a raíces podridas y a agua estancada era el perfume de nuestra supervivencia. A mi lado, Orlo se movía con una torpeza que ya no era la de un noble, sino la de un hombre que se adaptaba a un mundo nuevo. Calix, el príncipe, caminaba delante de nosotros, su rostro iluminado por una pequeña antorcha que había encendido. En sus ojos, ya no veía la arrogancia de la nobleza, sino la determinación de un hombre que había perdido todo y ahora luchaba por algo más grande que él mismo.
—¿Crees que Gonzalo está bien? —preguntó Orlo, su voz era un susurro roto por la angustia.
—Es un león, noble —dije, mi voz era un murmullo de un hombre que tenía fe en su amigo—. Los leones luchan hasta el final. Y él, él tiene un propósito. Y la furia de un hombre con propósito es más peligrosa que cualquier ejército.
Mientras nos arrastrábamos por la oscu