El Despertar del Noble Caído
La noticia llegó a la bodega como un trueno en un cielo despejado. Un joven mensajero de mi red de sombras, con el rostro pálido y la respiración entrecortada, se desplomó en la entrada, sus ojos llenos de terror. La marea de los rumores, que yo había desatado, había chocado contra un muro de traición, un muro erigido por la princesa consorte, Isabel.
—El Rey ha dado una orden —murmuró el mensajero, su voz era un susurro roto por el miedo—. El Barón Orlo, acusado de conspirar con los plebeyos para derrocar el reino, será juzgado. Sus bienes han sido confiscados. La familia De Córdoba… ha sido deshonrada.
El silencio que siguió a sus palabras fue más pesado que cualquier cadena. Gonzalo se puso de pie de golpe, su armadura crujiendo. Su rostro de piedra se había oscurecido, su furia era un fuego frío en sus ojos. Él, un hombre de ley, se había dado cuenta de que la ley, en manos de la nobleza, era una farsa.
Orlo, el noble caído, se quedó inmóvil. La arrog