XLIII

El enigma de la princesa y la furia de la reina

El aire en la celda de Kaida se había vuelto denso, cargado con el olor a hierro y miedo. El líder de los guardias, con la espada aún en la mano y el rostro retorcido por la furia, quedó inmóvil. La orden de matar a la tejedora había sido revocada. La nueva orden, susurrada en los oscuros corredores del castillo por un emisario de la princesa Isabel , era clara y letal: "No la maten. Tráiganla. Viva. Y el pueblo, que ha gritado la justicia, se arrepentirá de haberla pedido. La tejedora, que ha sido un peón en nuestro juego, ahora será mi reina. Y la usaré para destruir a todos mis enemigos".

Kaida , con el corazón latiendo como un tambor y el pergamino de su destino apretado en su mano, no podía entender el cambio. La muerte, que había estado tan cerca, se había retirado como la marea. Pero en su lugar, la amenaza de ser usado como un peón en un juego aún más retorcido, era una prisión peor que las cadenas. Los guardias, confundidos por
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