XLIV

La Jaula de Oro y la Sombra de la Venganza

La jaula de oro, en lo alto de la torre más alta del castillo, no era una prisión de hierro, sino una jaula de seda y lujos. Los barrotes eran de plata, y las ventanas, que se abrían a la ciudad, ofrecían una vista panorámica de los barrios bajos. La cama, de terciopelo y plumas, era más suave que cualquier colchón que Kaida hubiera conocido. La comida, manjares que solo la nobleza podía soñar, se servía en bandejas de oro. Pero la jaula, a pesar de su opulencia, seguía siendo una prisión. Y el guardián, una mujer de rostro severo y ojos llenos de desprecio, era un recordatorio constante de que no era una invitada, sino una prisionera.

Kaida , la princesa de Veridia disfrazada de tejedora, se sentó en el alféizar de la ventana, el pequeño colgante de cristal en su mano. El pergamino que había encontrado dentro del alfil, el mapa de su reino olvidado y las palabras de su madre, era ahora su única esperanza. Desde su nueva prisión, vio e
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