Constanza
Después de que me recupero un poco de la locura que acabo de vivir, Omar me lleva a ver a Gina. Sin embargo, él prefiere quedarse afuera; no desea verla porque se siente muy culpable.
—No eres culpable, Omar —le digo—. Aunque la hayas molestado, no lo eres. ¿Cómo ibas a saber que los pistachos le causan alergia? No eres adivino. Tal vez Antoine le hubiera dado ese cruasán de todos modos.
—¿Cómo sabes el nombre de ese mesero? —gruñe, mirándome enojado—. ¿Gina te ha hablado de él?
Me echo a reír. Este hombre ya no puede disimular que está celoso.
—Porque yo también he ido a la cafetería muchas veces antes de ver ese pequeño ratón en la cocina.
—¿Cómo? —pregunta alarmado.
—Gina insiste en defenderlos, pero yo nunca volví a ir a ese sitio —digo estremeciéndome—. Sabes que esas cosas me dan mucho asco.
—¿Por qué Gina es tan inconsciente? —farfulla—. ¿No tiene instinto de supervivencia?
—Me parece que no —suspiro—. Mi amiga es la mejor persona que conozco, incluso su jefe lo dice,