Constanza
Al despertar, lo primero que veo es el rostro que más adoro admirar en todo el mundo. Por un instante, una sonrisa boba se dibuja en mis labios y creo que todo está bien, que lo ocurrido ha sido solo una pesadilla.
—Mi amor, Damon —musito, acariciándole el rostro—. Te amo.
—Te amo más, pequeña —declara con alivio—. Sufriste un desmayo, preciosa. La presión te bajó por susto y la discusión, pero todo está bien. Nuestro hijo…
—¡Nuestro hijo! —jadeo, recordándolo todo de repente—. Mi hijo... Gina... ¡Dios mío, qué…!
Damon detiene mis palabras con un beso en los labios.
—Tu amiga se está recuperando —me tranquiliza—. Aún no podemos pasar a verla, pero el médico nos garantizó que todo está bien; la atendieron a tiempo.
—¿Me lo juras? —imploro, con la voz temblorosa y los ojos húmedos.
—Sí —asiente con una sonrisa—. Todo ha salido bien; está fuera de peligro.
Exhalo un profundo suspiro de alivio y vuelvo a recostarme. A juzgar por la sensación de descanso, sé que he dormido al meno