Constanza
No puedo dejar de temblar mientras camino de un lado a otro dentro de la cabaña. Cillian quiere que me calme, pero le he dicho que se mantenga lejos de mí hasta que pase esa llamada.
Y es lo mejor. Lo último que quiero es que me toquen y reaccionar de una forma tan violenta que eso termine por afectar a mi bebé.
No puedo, simplemente no puedo arriesgarlo.
—Constanza, tienes que calmarte; sí vas a hablar con él —me dice Cillian desde la puerta, lugar que ha elegido para quedarse—. ¿Por qué no confías en mí?
—De verdad no me hagas recordarte por qué no confío en ti —gruño—. Si esta llamada no se hace, te juro por Dios que me largo.
—Y yo te juro por mi vida misma que no podrás siquiera llegar a la puerta —resopla—. Nunca vas a huir de mí, cariño. Olvídate de esa idea y relájate.
—No pienso relajarme hasta escuchar la voz de mi hermano —sentencio con toda la firmeza de la que soy capaz—. Lo siento, pero no vas a convencerme de que me calme. Él es el único motivo por el que acept