Cillian

Constanza está más tranquila después de que le dije que entiendo lo que le pasa, pero sigo perturbado por esa ferocidad con la que afirmó que defendería a su hijo.

No he sido padre, así que no puedo comprender del todo ese sentimiento. Sin embargo, sé que no debo rebatir nada y debo dejar que ella se sienta en paz. Después de todas las desgracias familiares que ha sufrido a lo largo de su vida, no puedo pedirle que no se aferre a su hijo, su oportunidad de comenzar de nuevo.

Menos mal que esa oportunidad será conmigo. Si quiero que Constanza sea feliz, debo querer a ese niño como si yo lo hubiera engendrado.

—Está listo tu almuerzo, nena —le anuncio.

Constanza está en el comedor, mirando hacia la nada a través del ventanal.

—Huele bien —murmura, sin voltearme a ver.

Suelto un suspiro y rodeo la cocina para ir hacia ella. Cuando pongo el plato en la mesa, sonríe.

—Esta vez no tengo tanta hambre, sigo preocupada.

—Ya te prometí que no haríamos nada hasta saber que todo está bien