Capítulo 2

El auto derrapó frente al lujoso edificio de departamentos. A pesar de la lluvia, el presidente salió y corrió como alma que lleva el diablo. Usaba ropa deportiva y discreta, pero no le habría importado tener la bandera colgada y que todos se dieran cuenta.

Él tenía que comprobar lo que sus informantes —a quienes había ignorado con vehemencia para evitar caer durante esos días— decían era cierto.

«No, ella no pudo irse», pensó agitado, sin dejar de correr.

Había intentado con todas sus fuerzas mantener el control, pero esa jovencita se le había metido bajo la piel y necesitaba saber que seguía allí.

—¡Abre la puerta! —gritó, tocando desesperadamente—. Constanza, te juro que voy a tirar la puerta si no sales.

—¿Quién demonios es? —preguntó un hombre, asomándose por la puerta—. ¿Quién es usted? Oh, es el…

—¿Dónde está Constanza? —lo interrumpió, tomándolo por el cuello de la camisa—. Te exijo que me digas…

—Mi hermana se fue, pero no me dijo a dónde. No sé absolutamente nada de ella desde hace una semana.

—¡Me estás mintiendo! —rugió, fuera de sí.

—No tengo por qué mentir, señor presidente. Mi hermana no…

Cillian empujó al muchacho y entró cual torbellino al departamento. Sin hacer caso de la lógica, la buscó hasta en el más minúsculo rincón para solo encontrarse con un absoluto vacío.

—¿Dónde carajo estás, nena? ¿Dónde? —murmuró desesperado, temblando. La vida y sus ganas de vivirla se le habían escapado entre los dedos—. ¡¿Dónde!?

Cuando recobró la conciencia, se encontró con un rostro amoratado. Los ojos del muchacho lo contemplaron con incredulidad y terror.

Por desgracia, ninguna amenaza fue suficiente para que él le confesara la verdad.

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Constanza

Suelto una carcajada de felicidad al ver que el vestido es justo lo que pedí. No es que sea demasiado exigente, pero admito que me habría enojado bastante si esto no me hubiera quedado bien.

Esta noche todo tiene que salir perfecto. No debe haber lugar para el error.

—¿Te gustó? —me pregunta Gina, mirándome esperanzada.

—Tus padres invirtieron bien cada centavo en tu carrera —la elogio con sinceridad—. Prefiero tus vestidos a los de diseñador.

—No sabes lo feliz que me haces con eso —suspira—. ¿Y lo vas a llevar a la fiesta o te pondrás el…?

—Por supuesto que lo voy a llevar, y con orgullo. Además, hoy no salgo con Cameron. No se dará cuenta.

—Tienes que ser cuidadosa, Leah.

—No, ya no me llames así —sonrío—. Desde hoy, vuelvo a ser Constanza.

—Pero…

—Ya no me busca nadie. Hasta me llegaron rumores de que va a tener un hijo.

—¿En serio? —jadea—. Bueno, ¿entonces me vas a decir quién es?

Por un segundo me tienta la idea, pero acabo soltando una risita. Que Cillian Davenport ya no me busque no significa que quiera contar por ahí que el actual presidente de los Estados Unidos fue mi amante.

—Ese tipo no tiene importancia —me encojo de hombros—. Ni siquiera recuerdo su apellido.

—¿Y el nombre?

—¿Para qué quieres saberlo?

—Me gusta el chisme —se ríe—. Es broma, amiga, no quiero que me lo digas. Yo también guardo mis secretos.

—¿Trabajas para la mafia?

—Sí, claro, soy la esposa de un jefe de la mafia —dice con tono socarrón, y ambas nos reímos—. La verdad es que me encantaría, sería mucho mejor que buscar oportunidad tras oportunidad.

—He hablado con mi jefa y seguro que en la siguiente colección dejarán que tus diseños entren a la pasarela —le digo mientras me alboroto la melena.

—La que debería estar en pasarela eres tú. Desperdicias tu belleza siendo una simple asistente —resopla—. Cuando empieces a envejecer, te vas a arrepentir.

—Prefiero usar mi belleza para otra cosa —replico, mirando mis brillantes ojos azules en el espejo—. En esta fiesta tengo que encontrar a mi primer marido. Ya me cansé de ser dama de compañía, ahora quiero irme a lo grande.

—¿Y qué vas a hacer con tus clientes? —me pregunta—. Cameron parece querer algo serio, no deja de mandarte regalos.

—Sí, pero no tiene tanto dinero como para dejarme algo cuando se muera. Además, tiene sesenta, todavía le queda cuerda para rato.

—Pues si toma Viagra cada vez que se acuestan, no creo que le quede mucho —masculla.

—No me acuesto con él —me carcajeo—. Quiero irme antes de que se le ocurra pedírmelo.

—Pero con Ryan sí te acuestas.

Me muerdo el labio inferior. A ese sí lo voy a extrañar. Lástima que su cuenta bancaria ya no sea lo bastante gorda para cumplir mis caprichos.

—Sí, pero ya es hora de terminar con él. Esta noche mi suerte tiene que cambiar.

—Espero que así sea —sonríe—. Solo no te olvides de mí cuando seas millonaria.

—Eso jamás, bebé —le aseguro, apretándole las mejillas antes de darle un pico en los labios—. Sabes que tú y Omar son las personas que más quiero en este mundo.

—Y tú también eres lo que más quiero —dice mientras me pone el perfume—. Fuiste la primera persona que creyó en mí.

—Ya, basta de sentimentalismos —gruño—. Tengo que irme.

—¿Tienes la invitación?

—Por supuesto.

—Ay, Cons, espero de verdad que no te salga el tiro por la culata. Estás usando una invitación de Frederick, ese viejo…

—Ese viejo nunca conseguirá más allá de una mamada —resoplo—. Ahora sí, me voy.

Afuera del edificio me espera mi chófer y me abre la puerta. No se me escapa la mirada de deseo con la que me recorre el cuerpo. Aunque esté casado, estoy segura de que ya me imaginó mil veces dándome contra una pared.

La verdad es que a veces también se me antoja, pero no pienso rebajarme tanto. No han sido pocos los hombres que me han llevado a la cama, pero todos tenían, como mínimo, siete cifras en sus cuentas.

—Al Velours Noir, por favor —le pido.

Mientras observo por la ventana las luces de París, me invade la añoranza por mi vida pasada junto a mis padres y mi hermano. Extraño ser la pequeña Constanza, la que se acurrucaba en el regazo de papá para mirar las estrellas, la que intentaba imitar la belleza de mamá usando su ropa.

Niego con la cabeza, sacudiéndome ese instante de vulnerabilidad. No puedo cambiar el destino, así que solo me queda seguir con mi vida y buscar algo mejor.

Mi objetivo esta noche es encontrar un marido capaz de darme lo necesario para sacar a mi hermano de prisión.

Al llegar al refinado club, una sonrisa se dibuja en mis labios mientras disfruto de las miradas que todos me dedican.

A lo lejos, distingo un grupo de hombres apuestos, entre ellos un pelinegro que destaca por su altura y porte. Cuando me acerco, finjo resbalar, y el hombre me sujeta por los codos con una delicadeza que me devuelve, por un momento, a ese oscuro pasado que intento olvidar cada día.

—Ten cuidado, linda —me dice con un tono tan dulce que podría desarmar a cualquier mujer.

—Gracias por detenerme —respondo con esa timidez ensayada que nunca falla.

La cálida sonrisa que esboza me indica que, de nuevo, ha funcionado.

—¿Vienes sola? —pregunta, notando que sus amigos ya se han retirado—. ¿Cómo te llamas?

—Constanza —respondo, sosteniéndole la mirada.

—Damon —dice, besándome la mano con una suavidad exquisita—. Damon Davenport.

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