Cuando llegamos a su habitación, Alessandro me dejó en el suelo y me abrazó, atrayéndome hacia sí para un beso profundo. Nuestras bocas se rozaron y sentí mi cuerpo vibrar con su tacto. Su lengua invadió mi boca y su sabor recordaba al café que habíamos tomado después de cenar. Estaba en el cielo, sintiendo su boca sobre la mía y su lengua apoderándose de mí.
Sus manos estaban en mi cintura, envolviéndome en un abrazo que me hizo sentir apoyada y amada. Alessandro rompió el beso, apoyó su frente en la mía y, con los ojos cerrados, comenzó a hablar:
—Gata hermosa, no puedo explicar lo que me ha estado pasando desde que llegaste. Es un fuego que me consume, un deseo loco de estar contigo a cada segundo, una necesidad incontrolable de tocarte y un deseo absurdo de estar dentro de ti. Te deseo, Catarina, y lo deseo tanto. Dime qué quieres.
Abrió los ojos y los fijó en los míos. Ese azul casi violeta me penetró el alma y me desarmó por completo, manteniéndome cautiva y ansiosa por sus irre