Imran abre los ojos lentamente.
La habitación estaba a oscuras, con solo una tenue luz de una lamparita de mesa al lado de la camilla de hospital . Se sintió desorientado, su mente aún atrapada en un estado nebuloso entre el sueño y la realidad. Tardó unos segundos en recordar dónde estaba y por qué. Entonces, el golpe del dolor lo alcanzó de nuevo, con la fuerza de una ola devastadora.
Gira la cabeza y ve a Jazmín sentada a su lado, con el rostro cansado y los ojos hinchados de tanto llorar. Parecía haberse quedado dormida en la silla, pero al notar su movimiento, abrió los ojos de inmediato.
—Imran… —murmura suavemente, con una mezcla de alivio y tristeza.
Él parpadeó varias veces antes de encontrar su voz.
—¿Cuánto tiempo…? —su voz sonaba ronca, débil, como si apenas le perteneciera.
—Han pasado dos días —responde Jazmín, tomando su mano con delicadeza—. Has estado sedado. Te dieron una inyección porque… porque fue demasiado para ti.
Imran cerró los ojos, sintiendo el peso del luto