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Caminamos en silencio por los pasillos, una al lado de la otra y esa carencia de palabras no se me hacía para nada incómodo, más bien me daba una sensación plácida de calma.

Llegamos a una zona descubierta con algunos bancos de piedra entre cuatro palmeras que apenas ocultaban los rayos del brillante sol de principios de septiembre.

Saqué un bocadillo cuidadosamente envuelto de mi mochila y sonreí al ver un post-it sobre la servilleta de papel, dentro del envoltorio de papel metálico; en él había una carita sonriente a la que no pude menos que sonreír.

Jan tenía esas cosas: podía ser un maldito lobo dominante algunas veces, pero era a la vez increíblemente tierno.

—Me llamo Carla —se presentó finalmente la chica de ojos azules.

Podía sentir que allí estaba relajada, por primera vez. No me extrañó que poco a poco los bancos fueran llenándose de pequeños grupos de personas que querían pasar más o menos desapercibidos. Humanos, supuse.

Demasiad

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