La mansión de Hywell, antes un símbolo de opulencia, se había transformado en una prisión de oro. Tras su alta del hospital, fue trasladada directamente a su "hogar", un lugar que ahora más que nunca le oprimía el alma. Hywell, en su retorcida lógica, la había "salvado" solo para ejercer un control absoluto y asfixiante.

La vida de Jade se convirtió en una rutina desoladora.

Su habitación, antes su refugio, ahora era su celda principal. Se le permitía bajar al salón o al jardín interior, pero siempre bajo la vigilancia constante de nuevas cámaras de seguridad y personal que Hywell había contratado específicamente para vigilarla. Los nuevos empleados, con rostros inexpresivos y silencios tensos, no interactuaban con ella más allá de cumplir sus funciones, aislando aún más a Jade. El personal antiguo, aquellos con los que había forjado una mínima relación, fue discretamente reubicado o despedido. Ni una cocinera con la que charlar, ni un jardinero a quien sonreír. Estaba sola, rodeada d