Las semanas se deslizaron en una secuencia de días y noches que para Jade se sentían como un sueño.
La mansión de Hywell se había convertido en un refugio, un santuario de lujo y pasión. Cada noche, los encuentros entre Jade y Hywell eran un viaje a lo más profundo de su deseo, una danza de dos almas que se habían encontrado en el caos y ahora se aferraban a la intensidad de su conexión. Las madrugadas los encontraban exhaustos, a menudo entre sábanas desordenadas y susurros cómplices, para luego pasar a los desayunos compartidos en el gran comedor, donde la luz de la mañana revelaba la complicidad en sus miradas y la facilidad de su conversación.
Hywell se comportaba de una manera que Jade nunca habría imaginado. No solo era el amante ardiente y el magnate dominante, sino un compañero atento y sorprendentemente considerado. Las citas: cenas íntimas en restaurantes exclusivos de Beverly Hills, paseos nocturnos en el Malibú Beach, donde las olas rompían bajo el cielo estrellado, visita