Jeray estaba tan sorprendido y a la vez tan extasiado de que su ángel lo besara con tanta efusividad que no pudo hacer más que apretarla contra su cuerpo y rendirse a la suavidad y calidez de su aliento.
Sus besos eran exquisitos y dulces, lo provocaban como jamás lo había logrado alguien y hacían que su piel se calentara a más no poder. Se sentía en un sueño y no quería que ella dejara de besarlo nunca.
Avery se separó un poco de él y soltó un suspiro de alivio, con los ojos cerrados y escuchando solo el ritmo frenético de su corazón.
—Pensé que tú y ella…
—Jamás, preciosa —la voz del hombre salió ronca y suave como el terciopelo.
Ella abrió los ojos y sus miradas hicieron una conexión que los sobrepasó por igual, antes de que sus bocas volvieran a fundirse en una sola y se aferraran al otro como si sus vidas fuesen a acabar allí mismo si no se besaban.
Las pequeñas manos de Avery se movieron por el pecho de él hasta el cuello y acarició con una suavidad que lo hizo estremecer. Ella