Abrí un poco más la puerta, dejándole espacio para entrar. Christian pasó despacio, con ese aire contenido que mezclaba elegancia y tensión. En cuanto entró, cerré la puerta detrás de mí, respirando hondo.
Mi corazón latía demasiado rápido, y ni siquiera sabía bien por qué.
Jamás imaginé que me pondría tan nerviosa solo por verlo otra vez.
— He traído la comida… — dijo, levantando una bolsa.
Sonreí, o al menos lo intenté.
— Ah… no hacía falta.
Cuando me giré hacia él, me di cuenta de que el brillo de sus ojos cambió. Su mirada bajó directamente a mi cuello, y el aire pareció hacerse más pesado por un instante.
La marca.
Joder.
Rápido, llevé la mano al sitio para taparlo.
— Puedes… ponerte cómodo. Vuelvo enseguida, ¿vale?
Ni esperé respuesta. Caminé hacia el dormitorio casi tropezando con mis propios pensamientos.
Abrí el armario y agarré la primera camiseta de cuello alto que vi. Por suerte hacía un día templado, así que no quedaría raro.
— Respira, Ariel… — murmuré frente al espejo,