 Mundo ficciónIniciar sesión
Mundo ficciónIniciar sesiónEn cuanto Alicia salió, Jess la siguió, dejándome sola con los demás empleados. Empezaron a prepararse, pero tres mujeres se quedaron mirándome de una forma rara, con esos ojos de juicio que solo hacían que mi inseguridad aumentara.
Intenté concentrarme en cualquier otra cosa hasta que una mujer de piel morena, con el pelo rizado y unos ojos verdes preciosos, se acercó a mí con una sonrisa cálida.
—No les hagas caso, siempre están con esa cara de amargadas —me dijo, tendiéndome la mano de forma amistosa—. Soy Emily, pero puedes llamarme Mily.
Noté cómo mi cuerpo se relajaba un poco ante su actitud tan amable. Le estreché la mano, devolviéndole la sonrisa.
—Encantada, soy Ariel.
—Aquellas son Bethy y Maya. Nosotras tres nos encargamos de la limpieza por aquí. Tú eres la nueva, ¿no? —preguntó Mily, con los ojos brillándole.
—Sí —respondí, intentando sonar más segura.
—Perfecto. Serás mi compañera. Te voy a enseñar todo lo que necesitas saber. Primero de todo, los otros pisos no son cosa nuestra, tienen su propio equipo y un cuarto igual que este.
Fue hasta un armario y sacó un uniforme, entregándomelo.
—Aquí tienes el tuyo. Tenemos dos conjuntos, puedes llevarte uno a casa y lavarlo cuando quieras.
Asentí, observando cómo las otras dos ya terminaban de cambiarse. Hice lo mismo, guardé mi ropa en el armario y lo cerré con llave. Emily me llevó hasta una puerta donde había un carrito con productos de limpieza.
—Aquí tienes los horarios —me dijo, señalando una hoja pegada en la pared—. Maya se encarga de actualizar las horas en que las salas están ocupadas, así que no te preocupes por eso. Nosotras nos ocupamos de la sala de reuniones, la de los jefes y los despachos de la señora Alicia y del señor Christian.
Intenté mantener la cara neutra, pero solo escuchar el nombre de Christian me revolvió el estómago. Tenía que evitar a ese hombre a toda costa.
—Normalmente limpiamos las salas por la mañana, antes de que lleguen. Ni idea de por qué hoy han venido una hora antes —comentó Emily, notando mi cara preocupada.
¿Sería por mi culpa? El pensamiento me dejó intranquila.
—Pero no te agobies. Empezaremos por la sala de reuniones y luego bajamos al piso de abajo. Tenemos seis salas que limpiar.
—¿Da tiempo a hacerlo todo en un día? —pregunté, intentando desviar mi mente del malestar.
Emily sonrió, tranquila.
—Claro que sí. La mayoría de las salas solo hay que aspirar, pasar un trapo y vaciar las papeleras. Lo que lleva más tiempo son los despachos de los jefes.
Asentí, intentando asimilar todo lo que me contaba. Caminamos con el carrito por el pasillo hasta la sala de reuniones.
—Espera aquí —me pidió Emily, y fue a comprobar si estaba libre. Volvió enseguida—. Todo bien.
Entramos en la sala y empezamos a limpiar. Pasé el trapo por las mesas, las sillas, la pizarra y los cristales. Terminamos más rápido de lo que pensaba, pero al salir, me topé de frente con Christian y otro hombre viniendo hacia nosotras.
El pánico me invadió, y antes de pensar, me agaché detrás del carrito de limpieza.
—¿Qué haces? —susurró Emily, confundida.
Sabía que no debía tenerle miedo al señor arrogante, pero la inseguridad y la advertencia de Alicia de evitarlo durante unos días me hicieron actuar así. No quería causar más problemas.
—Luego te cuento —le murmuré.
Emily me miró sin entender, pero no insistió. Levantó la cabeza justo cuando escuchamos una voz familiar.
—¿La sala de reuniones ya está lista? —preguntó Christian, con ese tono frío suyo.
—Sí, señor —respondió Emily, con la tranquilidad de quien ya está acostumbrada.
Christian y el otro hombre entraron, cerrando la puerta detrás. Emily me miró con curiosidad mientras yo me levantaba al fin.
—¿Pero qué ha sido eso? —preguntó frunciendo el ceño.
—Vámonos de aquí y te explico —le pedí, incómoda.
Caminamos hasta otra sala, donde una mujer estaba sentada tras un pequeño escritorio. Emily propuso que limpiáramos el despacho de Christian, ya que estaba en la reunión. Me reí con amargura por la ironía: justo lo contrario a evitarlo.
Entramos en su despacho, y el aroma amaderado de su perfume llenó el aire. Me acerqué a su mesa, dudando.
—Puedes limpiar la mesa. Si hay papeles, quítalos, pasa el trapo y vuelve a colocarlo todo igual —me explicó Emily.
—Vale —murmuré, empezando a organizar los documentos.
Mientras los movía, uno me llamó la atención: una ficha con mi foto. Al cogerla, vi una lista de acusaciones absurdas: plagio, acoso… incluso robo.
El corazón se me hundió. Con una ficha así, nunca conseguiría un trabajo decente. Emily debió notar mi expresión porque preguntó:
—¿Estás bien?
Me apresuré a devolver los papeles a su sitio y asentí, intentando disimular el nudo que sentía en el pecho.
Terminamos de limpiar el despacho y volvimos al cuarto, donde Emily rellenó los productos de limpieza.
Pero la imagen de mi ficha seguía martilleando mi cabeza, y las mentiras me pesaban como una losa.
Cuando llegó la hora del almuerzo, Emily se me acercó riéndose, siempre con esa energía positiva que me animaba.
—¿Vas a comer en el comedor hoy? —preguntó curiosa.
—No, voy a recoger mi móvil. Se me cayó a la bañera ayer —respondí, algo avergonzada.
—¡Vaya mala suerte! Bueno, nos vemos luego entonces —dijo sonriendo.
Le devolví el saludo, me cambié rápido y cogí mi bolso. Fui directa al ascensor de servicio, queriendo evitar cualquier encuentro con la gente de oficina. Pero entonces escuché una voz detrás de mí que me congeló el corazón.
—¡Tú! —reconocí la voz de Christian, dura e impaciente, pero no me giré. Al contrario, aceleré el paso hasta casi correr al ascensor.
—¡Ariel! —volvió a gritar, pero ya estaba dentro, apretando el botón justo a tiempo. Las puertas se cerraron antes de que me alcanzara.
Solo vi su silueta acercándose, grande y furiosa, justo antes de que las puertas se cerraran del todo.
Suspiré aliviada. Sabía que lo había enfadado aún más, pero seguir el consejo de Alicia y evitarle parecía lo más sensato. El corazón me latía a mil, mientras pensaba en alguna excusa.
Tal vez diga que llevaba los auriculares puestos, pensé.
Cuando llegué al aparcamiento, corrí hasta el coche de Jess y me metí dentro de golpe, haciéndola pegar un salto.
—¡Madre mía, tía! ¡Qué susto! —exclamó llevándose la mano al pecho—. ¿De quién huyes?
—De nuestro jefe. Me llamó en el pasillo y yo salí corriendo al ascensor —dije, intentando recuperar el aliento.
Jess abrió los ojos de par en par y luego se echó a reír.
—Va a cabrearse muchísimo.
—Lo sé. Solo arranca el coche y vámonos antes de que aparezca —supliqué, aún con el corazón a mil.
Arrancó y salimos del garaje, mientras yo me recostaba en el asiento, aún tensa.
—Tranquila, dentro de nada se le pasa y podrás trabajar tranquila —dijo Jess, intentando consolarme.
Solté un suspiro.
—He visto mi ficha —dije, con la voz triste, mirando por la ventana.
—¿Cómo? —preguntó, confundida.
—Cuando limpiábamos su despacho, vi mi ficha sobre la mesa. No pude resistirme y la leí.
—¿Y qué ponía? ¿Y por qué la tiene él? Eso es cosa de Dulce —exclamó Jess, frunciendo el ceño.
—Con ese historial, tiene todo el derecho a no quererme en la empresa, aunque solo sea como limpiadora —murmuré, con un nudo en la garganta.
—¿Qué historial? ¿Solo por lo del plagio? —preguntó, sin entender.
—No solo eso. Además del plagio, me acusaron de acoso y hasta de robo —expliqué, temblando un poco. Jess se quedó helada—. Según la ficha, no llamaron a la policía para no manchar el nombre de la empresa. Solo me despidieron y dejaron constancia de todo eso en mi expediente.
Respiré hondo, intentando no venirme abajo. Todo aquello era tan injusto…
—¿Cómo no vimos eso antes? —dijo Jess, alucinando.
—Parecía impreso desde un sistema interno, algo a lo que solo ellos tienen acceso. No es información pública —expliqué, sintiéndome derrotada.
—Así que por eso Christian está tan borde contigo… —reflexionó Jess.
—No entiendo cómo Alicia ha confiado en mí, con todo eso. Podría haberme rechazado al instante —dije, más angustiada aún.
—Hay un rumor en la empresa… —empezó Jess, más seria—. Dicen que a Alicia la acosó un cliente importante. Le exigió acostarse con él a cambio de un contrato. Ella se negó, y el tipo intentó destrozar la imagen de la empresa. Christian hizo de todo para protegerla, pero fue una época durísima. Después, ese hombre se vio envuelto en un escándalo, y estoy segura de que fue Christian quien lo expuso. Protege a su hermana con uñas y dientes.
Me quedé en silencio, procesando lo que acababa de oír. Tenía sentido, de alguna manera.
—Pasó por eso, y aun así elige creer lo peor de la gente —dije, impactada.
—Eso me lo contó Emily. Ya sabes que no tiene pelos en la lengua —rió Jess, aligerando un poco el ambiente.
—¿Cuánto tiempo lleva trabajando ahí? —pregunté, intentando cambiar de tema.
—Creo que unos tres años. Usa el sueldo para pagar la carrera de odontología, estudia por las noches. Es raro que aún no te lo haya contado —dijo Jess, sonriendo.
—Hablamos de muchas cosas… —respondí, perdida en mis pensamientos mientras miraba por la ventana.
Llegamos a la tienda de Nick, un local pequeño y con encanto, lleno de estanterías con piezas y aparatos. Estaba detrás del mostrador trasteando con un móvil, pero levantó la vista al vernos entrar.
El sonido del timbre de la puerta me trajo cierta nostalgia; ese sitio siempre tenía un aire retro.
—¿Pudiste arreglarlo? —pregunté, intentando no parecer demasiado esperanzada, aunque ya tenía un nudo en la garganta.
Nick hizo una mueca de disculpa antes de responder.
—Lo siento, Ary. La placa está frita. Entró demasiada agua... —suspiró, mirando el móvil hecho polvo en sus manos—. Sinceramente, no merece la pena repararlo.
Sentí que me desmoronaba en la silla acolchada y colorida que había allí para los clientes. El sitio era acogedor, pero en ese momento todo parecía derrumbarse.
—Tendré que estar sin móvil hasta que cobre… —dije desanimada. La idea de quedarme incomunicada me agobiaba.
Nick negó con la cabeza, comprensivo, pero antes de que dijera algo, Jess —que había estado callada— habló con su tono práctico de siempre.
—Tengo mi móvil viejo en casa. Podemos mirar si todavía funciona —sugirió, mirándome con esa cara de “ya tengo la solución”.
Le sonreí débilmente, agradecida, y me levanté. Nick también parecía molesto por no haber podido ayudar, pero sabía que había hecho lo posible.
—Gracias, Nick. De verdad —le dije antes de salir de la tienda.
Nos despidió con la mano mientras Jess y yo salíamos al sol del mediodía. Suspiré, intentando soltar un poco de la tensión.
Anduvimos en silencio un rato hasta que Jess propuso parar a comer en un restaurante cercano. Me pareció buena idea; tal vez una comida decente me ayudaría a desconectar.
Nos sentamos en una mesa junto a la ventana, desde donde se veía a la gente pasar deprisa por la calle, sin notar nuestro pequeño mundo.
El restaurante era sencillo, pero acogedor, con una decoración rústica y agradable. Pedimos la comida y, mientras esperábamos, decidí soltar algo que llevaba dentro.
—Ah, hay otra cosa… —empecé, jugando con la servilleta. Jess me miró, atenta—. Mi hermano está prometido.
Abrió mucho los ojos, sorprendida.
—¿En serio? ¡Eso sí que no me lo esperaba! Nunca lo habías mencionado. ¿Prometido cómo? —preguntó, intrigada.
Suspiré.
—Sí, pero no me cae bien su novia —confesé, haciendo una mueca.
Jess esperó en silencio, sabiendo que había más detrás.
—No sé explicarlo, pero me parece falsa. ¿Conoces a esa gente que finge ser más simpática de lo que es? —intenté explicarme—. Me da esa impresión. No sé… parece que siempre hay algo calculado detrás de cada gesto.
Jess ladeó la cabeza, pensativa.
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó curiosa.
Encogí los hombros.
—Nada. No quiero meterme, al fin y al cabo quien tiene que gustarle es a él, no a mí. Pero cuesta callarse cuando sientes que algo no encaja, ¿sabes?
Ella asintió, comprensiva.
—Es complicado… pero sí, él tendrá que darse cuenta por sí mismo. A lo mejor con el tiempo acabas conociéndola mejor. A veces las primeras impresiones engañan.
Asentí, aunque esa incomodidad seguía dentro de mí. Era mi hermano, y solo quería que fuese feliz. Pero algo me decía que esa chica no era la indicada.
La comida llegó, y aunque cambiamos de tema, la preocupación seguía flotando en el aire, como una nube gris esperando soltar la tormenta.









