67. UNO.
— ¡NO LO HAGAS!
— ¿Por qué no? — La voz era tan suave que parecía una caricia.
— Yo no tengo nada que ver.
— Eres daño colateral.
— Por favor — La mujer estaba suplicando y sus ojos estaban demasiado rojos, demasiado llenos de lágrimas.
Había mucho dolor en su rostro, en su cuerpo, ella nada tenía que ver y tampoco tenía porque pagar las consecuencias de personas con las que ni siquiera se relacionaba directamente, pero allí estaba encerrada en su propia oficina y con un arma en su frente.
¿Culpa de quién?
De Dan.
El hombre se sentó en la silla que era de Samantha y esperó a que su teléfono sonará.
— ¿Qué? — Dijo el hombre al otro lado del teléfono,con evidente desinterés.
— Vamos a jugar un juego…
— ¿A qué quieres jugar?
— Por cada día que pase y que no me entregues lo que es mío, yo voy a derrocar cada una de tus piezas, empezando por los peones.
— Intentalo — sonrío Sebastián con arrogancia.
— Solo recuerda querido hijo que para llegar al rey y dejarlo en jaque también debo destru