La furia de Jarret parecía crecer con cada palabra, pero esa intensidad desesperada solo arrancaba más satisfacción de la mirada fija y calculadora de Stavri. El silencio de ella casi lo asfixió. El aire pesado de la habitación se amoldaba como una condena, y por un breve instante, Jarret volvió a perder el control.
—Ella no puede ser novia de... de un italiano —murmuró, como si tratara de convencerse.Como si hubiera esperado justamente esa reacción, Stavri soltó una sonrisa que desbordaba falsedad cuidadosamente medida.—Tampoco puedo asegurarle eso, joven —respondió, disponiendo sus palabras con precisión letal—. Yo llevaba muchos años sin verla. Mi sobrina vino por unas horas a saludar y luego se marchó. De eso ya hace tres días. Pero traía su anillo de casada, y le puedo decir que hablaba muy feliz de su esposo. Y si algo s&eacu