No podía creerlo. Su Cielo, hija del Don de la Cosa Nostra... No, debía haber algún malentendido. Si eso era cierto, lo que le esperaba no era simple. ¿Cómo iba a convencerlos de que lo aceptaran como yerno? Y ni hablar de lo que implicaría para él entrar en su mundo; quizás tendría que convertirse en el mafioso más poderoso y temible de la historia. Pero si era por su mujer, por ella, lo haría todo, cualquier cosa. Solo le atormentaba una pregunta: ¿por qué la habrían enviado sola a América?
—¿Perteneces de verdad a la Cosa Nostra, mi Cielo? ¿Eres hija del Don? —preguntó, casi sin poder controlar el nerviosismo en su voz.—¡Amor, no me interrumpas! —lo cortó firme, con esa dulzura autoritaria que siempre encontraba la manera de hacerlo callar—. Después te cuento. ¡No me dejaste decírtel