Esto no me puede estar pasando a mí, pienso mientras miro a la francesa sonriente delante de nosotros y veo cómo Cecil se tensa a mi lado. Tomo aire y me dispongo a salir de este lío rápidamente, colocándome al lado de mi prometida.
—¡Juliet! —exclamo verdaderamente sorprendido—. ¿Qué te trae por aquí? —Vine por ti, cariño —responde y hace ademán de besarme, pero yo me retiro al instante—. ¿Qué es lo que pasa, Guido? —Juliet, siento decirte que ya no soy un hombre libre. Te presento a mi esposa y madre de mi hijo, Cecil —tomo de la mano a Cecil y la coloco delante de mí como un escudo. Aunque sé que está molesta, no se resiste. Se planta ante mí, mirando a Juliet fijamente. Juliet la ignora y sigue hablando conmigo. La tensión se siente como una cuerda t