Estamos en un hotel en Palermo cuando suena un teléfono. Al ver el número, se lo doy a mi hija, que está totalmente vendada en la cama. Ella lo toma con dificultad.
—¿La atrapaste? —pregunta una mujer al otro lado de la línea.—No, se escaparon —responde ella, haciendo una mueca de dolor.—¿Pero cómo puedes ser tan inútil? —vocifera la otra mujer—. ¡La quiero fuera de la vida de Guido ya!—Pues tendrás que hacerlo tú misma, porque yo en estos momentos no puedo. No me llames hasta que yo lo haga —cuelga y apaga el teléfono.—¿Cómo te sientes, hija? Vamos al hospital —le pido de nuevo al ver que no se recupera.—No, papá, no puedo ir ahora. De seguro que me están buscando. Espera a que se vayan, lo harán mañana —me responde, testaruda, una vez más.<