Conduzco apresuradamente rumbo a un hotel en el centro de Roma, donde tengo una cita. Mi teléfono suena; al ver quién es, informo de inmediato que he alertado a la policía de Palermo sobre la entrada de muchos extraños. Me dicen que han puesto a todos en pie de alerta y que están revisando cada área que encuentran sospechosa para ver si logran hallar a Gerónimo.
—Colombo, a Gerónimo no le puede pasar nada, ¿me entiendes? Asegúrate de que la policía nos ayude en esto —exige Fabrizio, con la autoridad de siempre—. No puedo darte la ubicación exacta de dónde está. Darío nos va a ir guiando.—Bueno, sé que las precauciones en estos casos son importantes. Te dejo ahora; voy a reunirme con alguien. No te preocupes, alerté al fiscal Casio de lo que está pasando —le digo antes de colgar.Entro al elegante hotel. Pregunto p