El hombre baja la mirada al suelo, como si allí fuera a encontrar la respuesta que lo salve. Su respiración temblorosa delata que apenas está comenzando a entender el caos en el que se metió.
—No sé quiénes son exactamente. No llevaban ningún distintivo, pero… parecían demasiado organizados, como si supieran cada movimiento que iban a hacer. Eran rápidos y no parecían novatos, señor —termina diciendo en un tartamudeo. Fabrizio entrecierra los ojos. No dice nada. Ese silencio siempre pesa más que cualquier grito que pudiera dar. —Entonces tienes tres grupos: Los Manos Negras, los vestidos de negro y ahora… esta otra mafia. ¿Y no supiste identificar nada más? ¿Un acento, gestos, siquiera una palabra que hayan soltado? —intervengo, acercándome más. —¡Nada, señor! Ib