A pesar de la sorpresa, Gerónimo asintió, aceptando la mano de Cristal. La siguió con cuidado, sintiendo el peso de su herida, y juntos se dirigieron en busca del doctor Rossi. El silencio entre ellos ahora era diferente, cargado de expectativas, pero también de posibilidades.
—Quiero creer en ti, en nosotros, pero necesito la verdad, sin secretos —comenzó Cristal—. Debemos cuidar que te pongas bien; luego hablaremos.El doctor Rossi le buscó una habitación donde esperar, aprovechó y le puso un suero y una transfusión de sangre porque lo vio muy pálido. Gerónimo no le soltó la mano a Cristal cuando se durmió, y ella se sentó junto a él. Lo miró, tan pálido y sudoroso, con grandes ojeras, y, sin embargo, estaba allí con ella, acompañándola y cuidándola en el hospital. “¿Pero qué co