Hizo muy bien en llamar a su primo, se dijo a sí mismo mientras se ponía de pie bajo la mirada interrogante de Guido. Buscó en el lugar donde había escondido el certificado de matrimonio, lo tomó y, después de asegurarse de que estaba en orden, se giró hacia Guido, quien lo miraba intrigado, sin comprender qué hacía.
—Vamos, Guido, llévame a registrar el certificado de matrimonio. Filipo está de acuerdo contigo, pero dice que lo debo registrar para que no puedan hacer nada mis padres —le explicó con una gran sonrisa—. Ese primo nuestro es un genio. —¡Te lo dije! —Guido se levantó de un salto, entusiasmado—. Esa es la mejor solución. Sí, yo sé a dónde tenemos que ir. Vamos, es por el centro. Gerónimo, ahora decidido a todo. Se lo diría a sus padres, aunque no haya encont