No tengo miedo de otra herida

Maximiliano se despertó con el sonido de vidrios rotos, algunos gritos y pasos que corrían. Se vistió con lo que tenía a mano y salió a ver que demonios estaba pasando.

El escándalo provenía de la cocina. Allí estaba ella, rodeada de al menos 4 hombres tratando de desarmarla sin lastimarla. Verónica tenía un cuchillo en la mano y parecía una loca que había escapado del manicomio.

—¡A ver cual es el primero! —gritaba, agitando el cuchillo en el aire.

Los desafiaba, no tenía miedo para nada. Él la miraba asombrado desde la puerta. ¿Esa mujer pasó gran parte de su vida metida en un cónclave? ¿Pero que era lo que les enseñaban en ese lugar?

Por poco más, los Lobos echaban espuma por la boca. En una situación similar, con cualquier otra persona, ya la habrían noqueado y atado a una silla. Pero a ella no podían hacerle nada más que intentar desarmarla. Más de uno se iría con una buena cortada.

—¡Deje el cuchillo en el piso!

—¡Ven y quítamelo!

Maximiliano se abrió paso entre ellos y se paró
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