Lo arruinaría por ti

Los periodistas no lo dudaron. La primera puerta a la que llamaron fue a la del Clan Jaguar y quien los recibió fue el mismísimo Maximiliano. Tuvo que improvisar una rueda de prensa en el estacionamiento de su edificio.

—¡Muchos dicen que esta desaparición lo beneficia directamente y que eso es muy sospechoso! —gritó uno de los reporteros.

—Lo sé. Sabía que apuntarían directamente a nosotros. Pero somos un Clan honorable, siempre lo hemos sido. Con todo respeto al Águila Anchorena, no necesitamos de estas porquerías para ganarle.

—¡Entonces conoce los detalles del pedido de los secuestradores!

—Claro que los conozco, cada Líder de cada Clan fue informado. Aquí estamos hablando de una heredera Nahual. El Consejo nos dio todos los pormenores.

—¿Con que fin?

—Somos Clanes separados por linaje, pero todos somos Nahuales. Creo que eso responde a su pregunta.

Las mismas excusas y mentiras le había dado a su padre. Fue todo una coincidencia, pero llegó en buen momento, eso le allanaba el camino. Si era por un secuestro, una muerte, un desastre natural o cualquier cosa no importaba. Le aseguró que aunque Verónica Anchorena no hubiera desaparecido, él ya había armado una estrategia para derrotarlo.

Era la primera vez que se atrevía a un doble juego: el político honesto y dispuesto a ayudar a su rival y el secuestrador. Se sentía extraño, porque a la vez que lo excitaba el éxito asegurado, también lo atormentaba el miedo que ella pudiera estar sintiendo.

Ya había hablado con el jefe de seguridad de la casa y le recordó que era intocable. Que si tenía un solo cabello fuera de lugar todos ellos terminarían ahogándose en el río. Quizá eso también lo inquietaba: que a ella pudiera pasarle algo.

Jamás experimentó nada parecido por una mujer. Para colmo, una mujer que ni conocía. Un animalito impulsivo, que se reía con el alma, que tenía ojos grandes que parecían bailar, que dejaba que su cabello simplemente cayera…

Aguantó 13 días exactos, mirándola por la pantalla: mientras ella comía, caminaba por el parque, leía en la biblioteca. Vio las grabaciones de como intentó treparse por un muro, de como tiró al piso a uno de los guardias intentando salir por la puerta… Pero también la observó cuando se cambiaba de ropa, cuando se peinaba o se cepillaba los dientes.

Todas esas imágenes le llenaban el alma y hacía que su Jaguar se incomodara, se moviera. Y también le devolvieron el ímpetu con la mujer de turno.

Su madre también se dio cuenta de que cada vez más y más mujeres pasaban por su piso. Cualquier mujer, no la que ella quería para el futuro líder. Así que, en una cena en casa de sus padres, decidió que era buen momento para tocar el tema.

—Ganarás las elecciones, Maximiliano. Es hora de que busques una esposa digna de estar a tu lado.

—¿De nuevo lo mismo, mamá?

—Si, lo mismo. Sabes tan bien como yo que, si no eliges una, la elegirán por ti.

—Eso es algo que jamás comprendí. Francisco se casó con una prostituta y Lorenzo ni siquiera comprende del todo lo que es una mujer. Pero debo encontrar a una “digna.”

—Lo comprendes, pero no quieres aceptarlo. Es como es por quién eres y lo que representarás. Necesitas continuar el linaje.

—Lo haré, no te preocupes. Pero lo haré cuando yo lo decida.

El día 14, finalmente, todo ese movimiento que Verónica generaba en su interior, rompió algo.

La cámara la enfocaba sentada en una silla en su habitación, con las rodillas debajo del mentón y mirando por la ventana. Nada estaba fuera de lugar, nada era extraño. Hasta que ella volteó la cara como si supiera que la microcámara estaba ahí, junto al cuadro.

Lloraba. Lloraba y sus hombros se agitaban. No la escuchaba, pero seguramente, serían sollozos abiertos, angustiantes. Verla así lo desesperó.

Desde que la había visto en ese aeropuerto muchos pequeños cambios estaban sucediendo en él. Muchas cosas se corrían de su lugar, muchas de sus emociones lo confundían. Y lo estaban arrastrando a lo impensable.

Tomó el saco del respaldo de su sillón, las llaves del auto y salió. Su escolta se preparó para salir con él cuando lo vieron bajar del ascensor, pero con un gesto de la mano les ordenó que se quedaran.

Condujo al norte solo pensando en sus lágrimas. Estaba por arruinar el secuestro perfecto, por tirar por la borda un planeamiento meticuloso y calculado. Todo por verla, por estar allí con ella.

Iba a reconocerlo, lógicamente, y probablemente les diría a todos que el Jaguar era un mentiroso, un delincuente. Nada de eso lo procesaba su cabeza, todo lo que tenía delante era una mestiza indomable llorando.

Cuando llegó a la casa de la playa, el jefe de seguridad lo interceptó antes de que entrara. Estaba loco, Maximiliano Lavalle estaba loco e iba a suicidarse políticamente.

—¿Qué está haciendo, señor?

—Vine a mi casa.

—Sabe a que me refiero. Si ella lo ve…

—Si lo sé. Déjame entrar.

Ese hombre lo había entrenado militarmente, fue su maestro mientras estuvo en servicio, había algo más entre ellos que una simple relación de obediencia. Había respeto.

—Perdóneme, pero tengo que insistirle. Si cruza esta puerta pone en peligro su carrera y la pone en peligro a ella.

Maximiliano lo miró a los ojos y le puso una mano en el hombro antes de cruzar el umbral.

El viejo Lobo lo observó pasar. Algo había cambiado en su alumno y ojalá fuera lo que él estaba pensando. Después de todo, ya quería retirarse y que mejor manera de hacerlo que servir para un viejo amigo.

A esa hora la casa estaba en silencio. Se detuvo en su puerta, pero no entró. Solo se quedó allí unos minutos eternos y se encerró en su habitación.

Por la mañana todo iba a cambiar para siempre.

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