SALVATORE
Una vez que los empleados se van, el silencio de la oficina se vuelve casi palpable, cada mueble, cada superficie reflejando el eco de mi propia respiración, cada objeto pareciendo contener el aliento, como si también él esperara lo que vendrá. Me apoyo contra el escritorio un momento, la mirada perdida en la ciudad más allá de los grandes ventanales, las luces de los rascacielos brillando como destellos de vigilancia. La tensión del día se disipa ligeramente, pero detrás de ella persiste un escalofrío de insatisfacción, ese peso sordo que nunca me abandona, el de saber que el control es ilusorio mientras TÉNÈBRE exista.
El teléfono vibra sobre el escritorio, una señal seca y cortante que me saca de mis pensamientos. Descuelo de inmediato, reconociendo la tonalidad familiar antes de que el auricular suene plenamente.
— TÉNÈBRE, digo, la voz firme pero medida, no esperaba una llamada ahora.
— Sombra, responde una voz grave y penetrante al otro lado de la línea, una sonrisa au