Encendió su vehículo y maniobró con cuidado para evitar un desastre con su valiosa carga, aunque no evitó una mirada en su retrovisor. La adorable pastelera permaneció clavada en el aparcamiento, mirándolo partir, era realmente un enigma para él, probablemente tuviera veinti tantos, no era una belleza de las que estaba acostumbrado, pero tenía lo necesario para cumplir los deseos de cualquier hombre y satisfacerlo.
Kaleb reacomodó su pantalón y resopló. Podría correrse perfectamente con el recuerdo de esa mujer. Y quería más. Su instinto le decía que había encontrado el estímulo que necesitaba.
La tradicional comida dominical tenía este día otro objetivo y más invitados, dado que Milo y Regina habían elegido esa fecha para presentar a la pequeña Brooke y de esa forma celebrar su nacimiento, que había llenado a la familia de alegría.
Este encuentro había sido agendado para que todos quienes importaban pudieran estar presentes, en especial Aidan y Sharon que viajaban desde lejos. Algunos tíos y primos, amigos entrañables y los cinco hermanos Monahan, esos eran los que pululaban por la mansión y sus jardines.
Kaleb estacionó y solicitó la ayuda del personal a cargo del catering para que llevasen las cajas de dulces a la cocina. Esto era lo único que había quedado por fuera del servicio de comidas seleccionado, y había sido sugerido por Sharon y contado con el beneplácito de Regina, mas había tenido la aprobación de todos los que habían probado las exquisiteces de Kelly, algo inevitable en las reuniones de las mujeres.
Esto había incluido a Kaleb, aunque este ahora consideraba que el mejor dulce de esa tienda estaba por probar y era su dueña. Su imagen todavía danzaba en su cabeza. Había observado con cuidado sus reacciones, gestos y expresiones, de una naturalidad que le habían impactado. La forma en la que enrojecía y bajaba sus ojos con nervio, como asentía con vigor ante sus requerimientos, la manera en la que se había inmovilizado o actuado con sus comandos de dominio, los que por instinto había probado en ella.
No creía equivocarse al pensar que era la visión de una sumisa latente.
Las que él conocía aceptaban sin dudar su condición y buscaban la plena satisfacción de sus deseos, sin traumas ni medias tintas.
Kaleb tenía su vida dividida y su lado de Dominante era real en el club y en su habitación especial, una que no tenía acción desde hacía mucho tiempo. No había sentido la necesidad o el deseo de conectar con alguien.
Hasta hoy, en que había conocido a esa pastelera enharinada comprobar sus sospechas sobre ella y probar el bondage con alguien fuera del ambiente habitual del club se acaban de convertir en sus nuevas ideas fuerza. Esa bonita mujer bien podía ser el caramelo que su vida necesitaba para renovar su energía y reencauzar su libido. Tal vez fuera una idea alocada, pero nada se perdía con probar.
Nada convocaba más a Kaleb que un desafío que involucrara seguir su instinto y disfrutar de su sexualidad. Necesitaba más información sobre ella y Sharon era quien más la conocía. Había sembrado una pequeña semilla al ofrecer sus servicios y la chispa de interés cuando le mencionó la posibilidad de fomentar su marca fue obvia.
Si no lo llamaba en el corto plazo, se acercaría él. Estaba decidido. Avanzó hacia la casa, desplegando una sonrisa satisfecha al tener una meta diferente para sus próximas semanas.
—Pareces muy satisfecho—indicó Jace, apareciendo de improviso a su lado asestándole un empujón en el hombro que lo sacudió y lo hizo bufar.
—¿No tienes forma de acercarte a mí que no sea ésa, idiota?— empujó a su hermano y por un momento pareció que habían vuelto a la niñez.
—Me encanta sorprenderte—sonrió el otro, una mueca torcida en sus labios— Tenías el rostro típico de cuando estás planeando algo no demasiado sano.
—Tienes esa obsesión por saber todo lo que me pasa, Jace. Cómprate una vida.
—Tengo una, hombre. Tal vez no tan excitante como la tuya, con eso de que dominas a todas las mujeres y las atas y las azotas.
—¡Eres un imbécil! Te falta mundo y apertura. No tengo la culpa de que la única relación estable que tienes es con tu mano derecha.
—¡Idiota! No todos somos promiscuos.
—Jace, tú vives en una soledad acojonante. No tienes vida sexual, hombre.
—¿Qué sabes tú?—la cara de Jace le mostró que sus palabras lo herían.
—Sé que te castigas y llevas años así. Que no avanzas, que estás perdido en el pasado porque una mujer te dio una patada.
La tensión fue clara en los músculos y en el rostro de Jace, pero Kaleb no retrocedió. Tan violenta como parecía su actitud, tan poco sensible, en el fondo quería despertar a ese hermano suyo que no lograba superar una relación que lo había quebrantado.
Si tenía que acudir a su ira y ganarse su rencor, lo haría. Lo quería demasiado para tolerar impávido el que se enterrara en vida. Los libros, el trabajo, la casa, esa era la rutina de Jace y tenía preocupados a todos.
—Eres un bastardo—masculló aquel, removiéndose nervioso, las manos aplastando su cabello.
—Jace, despierta. ¿Crees que me gusta hablarte así? Cada vez estás peor. Desprolijo, descuidado, parece que la vida te pasa por el costado. Sal con tus amigos, ten sexo con todas las mujeres que puedas, disfruta tu dinero.
—Disfruto mi trabajo.