Jace sonrió al observar a su preciosa sobrinita encaramada en la silla especial de madera mientras saboreaba un cono helado, toda ella cubierta en una gran tela protectora. Milo era un exagerado. La concesión del helado era algo que seguramente haría que Regina elevara una ceja, pero mantenía a Brooke ocupada mientras los tres conversaban.
Apretujados en las sillas plásticas del local de comida rápida, rodeados de griterío y gente que iba y venía, procuraban hacer un poco más de tiempo antes de retornar al apartamento. Ya habían estado en un parque y paseado en auto sin destino fijo, y Jace sentía sus nervios a punto de estallar. No por Brooke, sino por la perturbadora presencia de Kaleb, que no cejaba en su afán de hostigarlo.
—No sé por qué cometo el error de sumarme a estas salidas. Estás logrando volverme loco—gruñó, sacudiendo a su hermano con una palmada en la espalda, que solo generó risas en este.
—No puedes vivir sin mí y mis ocurrencias, Jace. Y en cuanto a por qué lo haces,