—Eso es, Brooke, ve si puedes lograr que cuaje una sonrisa en el rostro de tu tía Tina.
Las palabras de Regina y la caricia pegajosa que las manitas de la bebé trazaron en su mejilla removieron a Tina de su ensimismamiento. Eso de perderse en su mente le pasaba mucho, desde hacía meses. Desde que… No, no, no. No vayas ahí. Prohibido caer en ese pozo. Cierra esa puerta, ponle llave. Déjalo atrás, se ordenó mentalmente, mientras su faz desplegaba una mueca mecánica para satisfacer el deseo de su hermana.
Envolvió la carita de Brooke entre sus manos y besó el pequeño punto que era su adorable nariz. La ternura de la nena actuó como magia y la recompuso; la visión de la inocencia y pureza de su sobrina descomprimió la tensión de sus hombros.
—Bella mía, ¿dónde está tu Pinky-Pong?—le preguntó, y la pequeña se meció sobre sus tambaleantes piernas para ir a buscar a su muñeco de felpa. Se lo mostró triunfante, sus rizos revueltos sobre su rostro, y ella la aplaudió.
—Pong—gritó la nena, y lo