Eso volvía esta interacción altamente satisfactoria, por lo fresca. Sharon le había hablado en varias ocasiones de esta pastelera, ensalzando una y otra vez sus dulces, y él coincidía en que su mercadería era de alto nivel. La había probado cada vez que sus cuñadas hacían cónclave en casa de Milo y este lo llamaba para pasar el rato.
No había sentido curiosidad por conocer a la mujer; en realidad, la había imaginado como una señora de blanco, horneando sin cesar. Se había equivocado, eso era evidente. Decidió que la tarea que Sharon le había adjudicado era un anuncio y una oportunidad. Se obligó a quitar su mirada de ella para permitirle respirar y dio una mirada apreciativa al lugar. Era pequeño, pero pudo advertir rasgos inteligentes en la decoración y en la disposición, que generaban un sitio íntimo, familiar, de disfrute. Era simple; una cocina con lo indispensable, un mostrador con varias vitrinas y un espacio con mesas para quienes deseaban degustar en el sitio. Lo atractivo estaba en la mercadería, en la forma de exponerla, en los paquetes primorosos que ella nerviosamente le fue acercando, cuyo embalaje mostraba una estética particular. Parecía que se esmeraba en generar un sello que la distinguiera y eso era uno de los principios del marketing, su especialidad, por lo que no evitó el gesto de aprecio.
Los colores de las paredes contrastaban con las frases que estaban escritas en negro. Tres le llamaron la atención y Kaleb elevó una ceja, preguntándose si estos eran para sus clientes o para ella misma.
No hay indignidad en los sueños. Lo indignante es resignarse a no soñar.
Las recetas son una guía. Las mejores creaciones incluyen creatividad y entusiasmo. Como la vida. Caer, sufrir, gozar: ciclos de la vida. Apretar los dientes y seguir, remontar el vuelo, decisiones.
—Kelly, ¿verdad?
Ella levantó la cabeza y lo miró por un segundo y luego asintió, con rubor, mientras daba últimos toques a unos paquetes. De hecho, las cajas eran más de las que Kaleb pensaba. De seguro Sharon había querido asegurar que todos tuvieran raciones más que abundantes. Era bien sabido que la familia tenía gusto por todo lo que fuera con mucha confitura y azúcar.
<<Un pequeño cervatillo adorable y bonito>>, apreció, deslizando la mirada por su silueta sin pudor, dibujando una sonrisa al reconocer su nerviosismo. Un trasero redondo y muy bien dibujado, caderas anchas y una pequeña cintura insinuada por el delantal. Unos pechos modestos que se elevaban como pequeñas mesetas. Algo que apreciaba, lo suyo no eran los senos sobredimensionados.
No se veía demasiada piel, aunque la tersura de esta, casi dorada, era evidente en el trazo delicado de su cutis y la línea de su cuello. Uno que podría besar y lamer sin apuro, pensó, súbitamente excitado al notar como su garganta se movía, tragando saliva, claramente inquieta por su descarada apreciación.
Y esa boca, Dios… Si hasta parecía desproporcionadamente grande para su rostro. Unos labios pulposos que se verían formidable succionando y apretando su virilidad. El pinchazo en sus bajos fue clara señal de lo caliente que de pronto se sentía. Abrazó la sensación, aunque no la alentó. El predador en él sabía que darle cuenta de lo cachondo que lo ponía haría que ella se asustara. No quería eso.
—Es de agradecer que dedicaras tu fin de semana para cumplir con nosotros y asegurarnos un momento de placer—le dijo, sin quitar la vista de su rostro.
—Eso espero—señaló ella con una sonrisa tímida, y, oh sorpresa, rubor en sus mejillas— Está listo, te ayudo a cargarlas.
—No puedo permitirlo, tú me allanas el camino y yo llevo todo— aseveró con su tono imperativo, sin forzarlo, pero evaluando su respuesta.
Ella asintió sin cuestionarlo, avanzando con un bamboleo glorioso de caderas hacia la puerta, que sostuvo para él, y luego le abrió la portezuela trasera, donde él colocó las cajas con cuidado. Cuando se incorporó, la vio evaluando su BMW rojo, desplazando sus ojos por las líneas aerodinámicas del deportivo.
—Bonito—dijo ella, parpadeando al notar su mirada, aunque su cara no demostró demasiado interés.
<<Interesante>>, consideró. Las mujeres de las que se rodeaba solían adorar el vehículo que gritaba dinero y despilfarro por todos los costados.
—¿Un poco exagerado, tal vez?—preguntó, buscando que ella expresara un poco más lo que pensaba.
Hacía mucho que no sentía el apremio de conocer a una mujer más allá de sus curvas o talento para succionarle todo o para gritar cuando se enterraba en ella hasta lo más profundo. No era que le atrajera su físico exclusivamente… Una idea se estaba forjando en su mente, una que quería comprobar.
—Un vehículo es algo muy necesario. Supongo que si uno puede darse el lujo de comprar algo tan…—ella buscó una palabra adecuada— exclusivo, no tiene por qué no hacerlo. Es decir, hay un mercado para todos, o sea… Si uno quiere hacerse notar y…—entonces se frenó y abrió los ojos entendiendo que había dicho algo en voz alta que no debía y sus pequeños dientes mordieron el labio inferior, llevando más deseo a la entrepierna de Kaleb.
—Eso pienso también yo—guiñó un ojo y le sonrío, disfrutando de su turbación.
Jace lo reñiría por jugar con descaro con la timidez de esta mujercita, mas lo estaba pasando bomba. Ella se enredaba con las palabras y sus nervios estaban a flor de piel. Él le provocaba eso y lo motivaba. Pero le dio alivio al cambiar el tema.
—Dijiste que todavía no tienes un vehículo como para hacer tus entregas. Eso es algo que puede jugar en contra en tu negocio—le aconsejó.
Ella asintió vigorosamente y se disculpó, avergonzada, suponiendo que él se estaba quejando.
—Sí, mil disculpas—su ceño fruncido en preocupación fue inmediato —. Debería haber contratado a alguien, claro—retorció sus manos.
—Deja tus manos—ordenó, agravando su voz en su tono dominante y ella se paralizó, sus ojos grandes, adorables, fijos en él. Cada vez se convencía más de que había una sumisa en esta pastelera— Deben estar más que cansadas de trabajar—impuso un matiz más liviano a su voz y ella respiró.