Se forzó a guardar el miedo y a no dejarse arrastrar por él, conteniendo las lágrimas que amenazaban drenarla y dejarla sin fuerzas. Tenía que moverse, era la forma de evitarlo, salir de su vigilancia. Era una carrera contra el tiempo.
Llegó a su apartamento y tomó el gran bolso del closet, uno que estaba siempre preparado ante tal eventualidad y, antes de salir, revisó su móvil. Ni su hermana ni Kaleb le habían respondido. Corrió hasta su vehículo y guardó todo en el maletín trasero, montándose otra vez y arrancando para dirigirse lejos.
Buscaría un hotel de mediana categoría, se registraría y se encerraría hasta que pudiera hablar con la Policía. Pero entonces, la voz como un siseo y la mano tomando su cabello con furia desde el asiento trasero la estremecieron:
—Tonta, más que tonta. Fue tan sencillo como imaginé. Fue poner un cebo y corriste como la rata inmunda que eres, Casandra. Conduce, nos vamos. ¿Creíste que podías escaparte de mí, puta? ¿Destruirme mi reputación, humillarme