Colgó sin esperar su respuesta, satisfecho y asombrado. Conmovido, en cierto modo. Se había apresurado. Esperaba no haber cometido un error, pero su personalidad había fluido en cuanto entendió que ella cedía. Había sido el paso necesario para que ella se percatara de que no tenía salida ni escapatoria.
Seducirla era la meta, el primer paso, y lo disfrutaría. Mas haría que valiera la pena para ella, haría todo lo que estuviera en su mano para que gozara. Para que sintiera que había perdido mucho tiempo con su ex, un hombre que probablemente no la valoraba ni veía lo que era. Mientras la saboreaba, vería de experimentar mucho, para liberarla de tabúes y tensiones,para que su esencia se mostrara en toda su gloria. La quería solo para él. Su sumisa, por elección y placer.
Había atravesado situaciones complejas en su vida, varias tristes y dolorosas, pero era seguro que no había pasado una vergüenza como la sufrida a consecuencia de la llamada de Kaleb. Se había comportado como una tonta redonda al teléfono, sometida a su voz.
Era verdad que ella tenía un bagaje limitado en lo sexual y que este se restringía a la intimidad con su ex esposo. Una que había sido difícil, enrevesada y casi inexistente en los últimos años, en los que Richard había preferido follarse a cualquier desconocida y jactarse ante ella para humillarla.
Algo que no logró nunca porque para ella era alivio, tristemente. Nunca lo hizo ostensible, obvio, pues se cuidaba muy bien de provocarlo. En esta falta de experiencia buscó Casie justificarse apenas cortó la llamada, procurando explicarse a sí misma cómo había sido tan ingenua como para no frenar a Kaleb y desviar la conversación. En su lugar había dudado, tropezado con sus propias palabras y él, astuto y seductor, sumó dos más dos al instante, no le había costado nada descubrirla.
<<¡Es que tú sí que eres lerda, Casie! Demonios, ¿por qué permitiste que ese pícaro de Kaleb te acorralara así? Ni siquiera lo tenías enfrente, algo que podría haberte inmovilizado. ¡Tendrías que haber negado con más énfasis, montar un rollo mostrando tu molestia! Pero no, te derretiste, mostraste una brecha y él la aprovechó>>.
Suspiró, revivió la conversación, volvió a sonrojarse y se tuvo que abanicar, acalorada, ante la enorme carga erótica de cada frase que él había pronunciado. Si hasta se había humedecido y el centro le mandaba señales contándole lo mucho que este juego la excitaba. <<¿Juego? Lo será para él. Para mí esto es nuevo y desconcertante… Y más allá de lo excitante>>.
Si unos meses atrás le hubieran preguntado acerca de los flechazos y el deseo sexual insaciable, hubiera hecho una mueca despectiva y señalado que esas tonteras eran de novelas. Ella no había experimentado más que la tibieza de una atracción que creyó amor cuando se dejó enredar por Richard. Su vida había sido el cariño a su familia, la devoción a su hermana, el amor filial, pero no sabía de amores o pasiones intensas o irreverentes. Por tanto, no era extraño que se sintiera perdida y confundida, asombrada por las respuestas que su cuerpo y por la falta de estas de su cerebro.
<<¿Por qué Sharon tuvo que pedir a su cuñado que acudiera a mi local?>>, pensó. No se sentiría ansiosa y a punto de vomitar de los nervios, una cutre versión de protagonista de novela apasionada de no haber sido así. Era asombroso cómo la provocaba, la tensaba, la conmovía. Estaba más que loquita por ese hombre, era obvio. Se sentía atraída de una manera feroz y eso no le permitía disimular o actuar con solvencia y a las pruebas se remitía. Era como si una fuerza gravitacional la atara a su persona, como un hechizo o encantamiento.
¡Esa voz! Demandante, en ocasiones tan sexy como un ronroneo, que se volvía intenso y la hacía vibrar y estremecer, quebrando sus resistencias. En el fondo sabía que no era simplemente una cuestión de inexperiencia. Si cualquier otro hombre le hubiera hecho la mitad de los comentarios que Kaleb, ella se habría mostrado terriblemente enfadada y hubiera respondido de la manera que correspondía. Pero ante él su voluntad era débil y Kaleb Monahan lo percibía. Tembló una vez más al recordar las frases plenas de sexualidad con las que le detalló crudamente lo que quería hacer con ella. Lo que quería hacerle era…Ayy. Había verbalizado su atracción por ella, y expresado sin rodeos sus deseos, que también eran los de Casie. Comprobar que él sentía una conexión con ella la asustaba tanto como la excitaba y entusiasmaba. Tenía temor, pero a la vez quería dar ese paso que implicaba entregarse a los brazos de otro hombre y confiar en que la cuidaría y lo disfrutaría. Ser anhelada y deseada. Su ex había jugado mucho con su cabeza y le había costado… Aún le costaba confiar en sí misma y en su propia imagen. Que un hombre magnífico le dijera con expresa lujuria que quería compartir su intimidad era un halago. Un regalo.
El resto de la noche del viernes y buena parte del sábado la pasó definiendo hasta dónde quería avanzar con Kaleb, cuánto podía compartir con él y cuáles eran los límites que factiblemente él impondría. No se hacía ilusiones de una relación a largo plazo, estaba casi convencida de que esta no era la intención del millonario. Tenía que ser cuidadosa y sofrenar sus deseos, no confundir un ligue o encuentros ocasionales de disfrute y sexo con una relación.
¿Se estaba adelantando mucho? Esperaba que no. Con el mismo procedimiento que había usado para encauzar su vida y emprender los desafíos y los sueños que había postergado, tenía que actuar.