Al salir del bar, Diego, Elsa y yo nos quedamos un rato charlando en la puerta.
Elsa, algo mareada, insistió en devolverse sola en un taxi.
Decía que no quería interrumpir nuestro momento romántico.
Pero, con el alcohol encima y tan tarde, ¿cómo iba a dejarla sola?
Así que decidimos acompañarla hasta su casa primero.
Una vez que Elsa se fue, el auto había quedado solo para Diego y para mí.
El ambiente se tornó pesado, cargado de tensión... esa que hace que el aire se sienta más caliente.
Yo ya tenía la cabeza medio nublada por el alcohol, y con él tan cerca, todo me daba vueltas.
Se fue acercando poco a poco, centímetro a centímetro.
Me mordía el labio, sin saber qué hacer ni a dónde mirar.
—Eva... mi querida...
Su aliento cálido me envolvía. Sus labios, suaves, rozaron la comisura de los míos.
No fue un beso apresurado, sino uno lleno de cariño, de cuidado... cuidadoso de no romperme.
Me puse tan nerviosa que las manos me sudaban.
Mi corazón latía a mil, desbocado, como un conejito as