Valery:
Mantenerme despierta y lúcida es un esfuerzo sobre humano.
Ya no sé si es de día o de noche, ni si estoy viva o muerta.
Me relamo los labios, intentando tragar pero tengo la garganta reseca.
Los temblores se han apoderado de mí, y sé que no son causados por la fiebre, sino por las bajas temperaturas.
La puerta se abre nuevamente, y escucho el chirrido como de ruedas.
Me tenso al instante, porque esto no puede augurar nada bueno.
Un aroma reconocible llega hasta mí.
Huele a pollo frito. Mi estómago gruñe. Hace demasiadas horas que no como nada.
Cerca, escucho que alguien come. Es evidente que mastica con rapidez, se chupa los dedos, y traga ruidosamente solo para molestarme.
No voy a caer.
No voy a caer.
Lo que quiere es que supliqué por comida pero no lo haré.
Escucho pasos que se acercan y me pone el alimento cerca de los labios.
No me muevo.
Con lentitud, mete pequeños pedazos de carne en mi boca y la mastico con desesperación. Es el pollo más exquisito que he probado en mi