04.

JUDE

La tensión en la casa se puede notar. Mi familia, reunida en la sala desde el momento en que dimos la noticia, no ha hecho otra cosa más que esperar nuevos avances de los hombres que fueron a buscarla.

No soy partícipe de esto, tampoco me agrada demasiado, pero tiene que rendir cuentas por sus actos y no quiero verme involucrado en sus porquerías si resulta que mi abuelo está en lo correcto y quiere usar este embarazo para joderme.

Realmente no me importa quién se atrevió a meterse con ella a sabiendas de que es mi esposa todavía, pero espero que su nombre salga de su boca para darle su merecido por haberse metido con algo que tiene mi nombre.

Pensativo, molesto, ofuscado e incluso un poco aterrado de lo que vaya a pasar, la familia de esa mujer cruza la puerta observándonos a todos con el ceño fruncido, principalmente su padre.

—Dime que no es cierto, hijo—me pide aterrado—, dime que esa mujer no se atrevió a aparecer.

Inhalo profundo, sacudiendo la cabeza.

—No. En realidad, ella no apareció.

—¿Entonces? ¿Cómo es que nos llaman para decirnos esa noticia tan terrible si en realidad no apareció?

Mi padre se pone de pie, estrechando la mano de su consuegro.

—Por favor, señor Dante, tome asiento, ahora le contaremos todo.

Mientras su esposa se acerca en silencio como siempre, su hermana me observa cabizbaja, acercándose de a poco. Nunca tuvimos una comunicación constante, de hecho, mientras estuve casado con su hermana pocas veces le dirigí la palabra. De no ser porque nuestras familias siguen empecinadas con mantener nuestros nombres unidos no habría forma alguna de que la considere para ser mi esposa, sin embargo aquí estamos.

Todos reunidos como una gran familia feliz.

—¿Es cierto lo que nos dijeron? ¿Mi hermana regresó?

Suelto un suspiro, sacudiendo la cabeza. Ambos nos alejamos un poco del resto para poder hablar en privado pues sé que si hay alguien en esta casa que esté preocupada por ella, esa es su hermana.

—La encontré y necesitamos su firma. Por eso la traerán.

Ella frunce el ceño.

—¿Cómo que la traerán? ¿No vendrá por su propia voluntad?

Me río con ironía, negando al mismo tiempo.

—¿De verdad crees que sería capaz de poner un pie dentro de esta casa por propia voluntad? Por favor. Nos detesta.

—Cuando te pedí que la buscaras no era necesariamente que la trajeras de regreso a tu casa—menciona en cierto tono acusatorio. La miro al ver que por un momento tiene un pequeño toque de valentía la cual se esfuma cuando me mira a los ojos—. Yo... a papá no le agradó la noticia.

—Lo que tu padre quiera o no no es de mi incumbencia. Aquí lo importante es qué pasará cuando venga y...

Las ruedas chillando de la camioneta que ingresa en la propiedad deja todas las conversaciones al aire pues la atención de cada persona dentro de esta casa va hacia la entrada.

Nuestros guardias bajan del auto, abren la parte trasera y a rastras sacan a esa mujer quien luce tan molesta cuando sus ojos se clavan en los míos, seguido de la persona que tengo al lado, que hasta podría ponerme incómodo aunque no tengo tiempo.

Se abalanza sobre mí con intenciones de golpearme, pero no llega. Los guardias no se lo permiten y yo no menciono ni una sola palabra.

—¡Maldito seas, Jude Harrigan!—grita alterada—. ¿Era necesario enviar a tus matones por mí? ¡Tengo un teléfono, podrías haber llamado!

Me encojo de hombros. El mal sabor de boca que me deja el saborear sus groseras palabras en ese tono tan agrio no me permite responder.

—Así que era cierto—dice su padre entonces, tomando el frente con una expresión de desprecio, escupiendo a sus pies logrando que su hija se burle en su cara—. ¡Maldita zorra! Te apareces campante luciendo el bastardo que cargas.

Megan entonces se acaricia el vientre con una sonrisa descarada.

—Veo que no solo mi presencia los incomoda sino también mi hijo. Qué bien.

Dante levanta la mano con intención de golpearla cuando la voz de mi abuelo lo detiene.

—¡Suficiente!—grita, apareciendo a un lado de las escaleras—. Llévenla al despacho enseguida. Yo hablaré con ella a solas.

Doy un paso al frente.

—Si me lo permites, me gustaría estar ahí abuelo.

Clava su mirada en mí.

—¿Quieres protegerla?

Sacudo la cabeza.

—Quiero escuchar de su boca el nombre del hombre que le hizo eso. Es una cuestión de honor.

Megan rueda sus ojos y es obligada a caminar hacia el despacho de mi abuelo mientras yo los sigo. Su hermana no deja de mirarme y la entiendo porque está en una situación complicada donde no puede entrometerse o decir cualquier cosa.

A medida en que caminamos hacia el despacho no puedo evitar ver su vientre abultado mientras las preguntas rondan por mi cabeza siendo incapaz de poder hilar un pensamiento coherente a la vez ya que solo puedo pensar en que fue tan idiota como para deshonrarme sin importarle el apellido que aún carga.

Entonces llegamos. Los guardias la sueltan con agresividad dentro del despacho. Mi abuelo en vez de caminar hacia su lugar detrás del escritorio, se queda mirándola de frente unos minutos hasta que le suelta una bofetada que la desestabiliza.

—Siempre supe que tu honor era cuestionable, pero cuando me pediste que te dejara ir pensé que ibas a respetar tu palabra de mantener nuestro apellido por lo alto hasta que te divorciaras.

Lentamente Megan regresa a su lugar, manteniendo esa mirada altiva.

—Usted es el menos indicado para hablar de honor cuando planean la boda de su nieto, que aún está casado, y para colmo con mi hermana. ¿De qué honor me habla?

Mi abuelo se ríe.

—Digamos que estamos enmendando el error que cometimos al escogerte en vez de tu hermana en primer lugar.

—Sigue siendo una acción cuestionable para alguien que tiene tan presente el asunto del honor.

Mi abuelo se ríe a carcajadas.

—¿Quieres hablar de honor cargando el hijo de otro hombre en tu vientre? Arruinaste el apellido, nuestro nombre, todo por lo que he trabajado, pero no me sorprende porque nunca fuiste una mujer honorable.

Inhalo profundo, levantando el mentón.

—Esto se terminará pronto si nos dices quién es el padre.

—¡Ah! ¡Tonterías! Esto se terminará cuando firmes el maldito divorcio y desaparezcas para siempre de nuestras vidas—grita mi abuelo—. Trae los papeles, Jude. No quiero ver a esta mujer de nuevo en mi vida.

Trago grueso, mirando por primera vez a mi esposa a los ojos después de tanto titempo. Tengo un torbellino de emociones, algo que no puedo controlar, sin embargo me mantengo bajo control por mi propio bien.

—Firma los papeles, Megan.

Ella sacude la cabeza, logrando que me enfurezca.

—No lo haré.

—¿Planeas continuar casada cargando un bastardo contigo? ¡Porque no lograrás que le demos nuestro apellido!

Ella rueda los ojos ante las palabras de mi abuelo, logrando que vea por primera vez ese brillo malicioso en sus ojos, lo que me desconcierta porque al menos ahora no finge ser una blanca paloma como antes.

—Dime que pretendes, Megan. ¿Quieres un nuevo salario de esposa?—digo, dando un paso al frente—, ¿acaso quieres un apartamento? ¿un nuevo coche tal vez?

Megan suelta un suspiro, logrando que su aliento choque en mi rostro debido a la cercanía que tenemos lo que me desconcierta de cierto modo. No pensé que alguna vez volveríamos a estar así.

—Estás muy emocionado por casarte con mi hermana, ¿cierto?—dice, en un tono burlón—. ¿Quién seguirá después? ¿Mi madre tal vez?

Aprieto los dientes con fuerzas.

—No sabes lo que dices.

—No. Tú no sabes lo que haces porque no pienso firmar el divorcio para que te cases con mi hermana—se cruza de brazos—. De hecho, no firmaré para que te cases con ninguna persona.

Me río, negando con mi cabeza.

—Estás demente. Sabes que puedo solucionarlo con un juez si tú no cooperas, ¿cierto?

Se encoge de hombros.

—Lo sé, pero no lo harás.

—¿Por qué estás tan segura?

Ella da un paso al frente, sin quitar la mirada de mis ojos, riéndose de mí.

—Porque ningún juez te divorciará de mí mientras espero a tu primogénito.

Una vez más logra sacar una carcajada de mí.

—Eres absurda.

—Jude, ¿qué dice esta mujer? Prometiste que no se habían vuelto a ver.

Miro a mi abuelo, asintiendo, dándole la razón.

—Y así es, abuelo. No tengo idea de qué dice, pero miente.

—No miento, Harrigan—dice ella entonces con total seguridad, acariciando su vientre frente a nosotros—. Les guste o no, este bebé de aquí lleva tu sangre. Felicidades, es un niño.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP