Dormirse con dolor de cabeza y despertarse igual era como no haber descansado, así bajó Isabella las escaleras y casi se cayó al llegar a la sala. Un huracán había pasado y arrasado con todo, ni los sillones estaban en su lugar.
Oyó ruido en la cocina y fue hacia allá.
—¡¿Qué haces tú aquí, Jacob?!
—Limpio.
Él dejó la pala y la escoba que cargaba y volteó a verla. Tenía el labio partido y un ojo morado.
Isabella retrocedió.
—¿Dónde está Vladimir? ¡¿Qué pasó?!
—Lo que iba a pasar tarde o temprano, Isabella, nos peleamos por ti. ¿Adivina quién ganó?
Horror, eso sintió ella. Las vibras que le transmitía Jacob, con la camiseta toda salpicada de sangre, elevaron sus alertas a nivel nuclear. Ya no era el tipo divertido y seductor, este Jacob no la entretenía ni la calentaba en lo absoluto, sino todo lo contrario.
—¡¿Enloqueciste?!
—¡Sí! ¡Y que se alegre ese infeliz de que sigue vivo!
—¡Basta! Entre tú y yo no hay nada, no tienes derecho de hacer algo así. Qué manera de equivocarme contigo, r