primavera.

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Mientras terminaba de trocear con cuidado un filete de carne tan grande que apenas cabía en la tabla de cortar, el aroma ya comenzaba a inundar la cocina, mezclándose con las notas dulces que salían del horno.

El sonido del cuchillo al hundirse con precisión en la carne era casi hipnótico, pero mis ojos, sin que lo decidiera del todo, se levantaron y se desviaron hacia la ventana justo frente a mí.

Desde allí, el panorama era encantador.

Afuera, bajo la luz del sol vespertino, Nuriel sostenía una espada de madera con una gracia que parecía natural incluso en los momentos más cotidianos.

Frente a ella, Azalen se lanzaba al ataque con la misma espada de práctica, con un ceño fruncido y movimientos torpes, pero cargados de empeño. Cada intento de hacer retroceder a su madre terminaba