El jet privado aterrizó suavemente en Misuri. La fricción de las ruedas con la pista era un recordatorio físico de que cada milla me alejaba más de Nueva York y, con ella, de la extraña y frustrante noche anterior. Había llamado a Max varias veces desde el aire, con una mezcla de preocupación y molestia creciendo en mi interior. Finalmente, contestó a última hora, tres horas después de que aterrizáramos. Tenía el día libre, un respiro en la campaña, pero la energía que debía usar para prepararme se estaba consumiendo en un torbellino de emociones.
Lo siento, estaba con Alex. Sufrió un accidente y...
No termine de leer el mensaje. Una ola de enojo, tan familiar como desagradable, me invadió. Álex, siempre Álex . "Es solo una amiga", "No te enojes, Mary", "No es nada". Siempre lo mismo, las mismas excusas, las mismas palabras vacías que intentaban calmar un fuego que nunca terminaba de apagarse. La irritación me quemaba por dentro.
Con un suspiro de frustración, apagué el teléfono y lo dejé caer en el asiento a mi lado. Me centré en bajar del jet. En la puerta, un chófer que nos esperaba, su postura formal contrastaba con el caos interno que sentía. Nos llevó directamente a la casa que sería nuestra base de operaciones en Misuri: un lugar discreto, tranquilo, nada del otro mundo. Era exactamente lo que necesitaba, un refugio de la tormenta mediática y de mis propias turbulencias emocionales. Solté el teléfono de mi mano, permitiendo que mi cuerpo se relaje en el asiento de cuero antes de seguir revisando la agenda del día. Justo entonces, la pantalla del móvil se ilumina, interrumpiendo el breve instante de paz. Una llamada entrante. El nombre de Ethan Smith brillaba en la pantalla.
__¿Estás en Misuri, cierto?__su voz, extrañamente jovial, retumbó por el auricular.
__¿Qué quieres, Smith?__mi tono era cortante, sin ocultar mi irritación.
__Lo viste__ afirmó, sin preámbulos. No era una pregunta.
Mis ojos se entrecerraron. "Entonces, tú le dijiste a Max." La implicación era clara: él había sido el mensajero, o al menos, había influido en la situación para su propio entretenimiento.
__Podemos competir en la candidatura, pero seguimos siendo amigos__ respondió, una leve nota de autocomplacencia en su voz.
Sonreí amargamente. La hipocresía me picaba en la lengua.
__¿Amigos? Sí, pero él voló hasta DC porque ella lo necesitaba. Me dejó varada en una fiesta, sin siquiera decir nada. ¡Ni una palabra!__ mi voz se elevó ligeramente, la frustración se filtraba.
__Es un idiota__ la voz de Ethan cambió, y aunque no podía verlo, sintió la sonrisa en su boca. No era una sonrisa normal; era la clase de sonrisa que precede a un golpe, la que denota que ha ganado una pequeña batalla personal.
__¿Te queda un día libre, cierto? ¿Qué harás?__preguntó, volviendo a su tono casual, casi burlón.
__Morir, tal vez__ respondi con sarcasmo, sintiendo el peso de la fatiga.
Ethan Rio, una risa profunda y resonante que retumbó por el teléfono, como si el universo entero se estuviera burlando de mi desgracia.
__Bueno, hasta pronto... conejo
Colgó antes de que yo pudiera decir algo más. Odiaba ese apodo. Lo odiaba tanto. Ethan me conoció desde el inicio de la universidad. En ese entonces, tenía una pequeña obsesión con las zanahorias; si podía comerlas de cualquier forma, lo hacía. Él, con su ingenio rápido y afilado, había acuñado el apodo, y se había encargado de popularizarlo, una constante burla a mi aparente inocencia en el brutal mundo de la política. Y ahora, incluso en mi momento de vulnerabilidad personal, lo usaba como una puñalada final.
Solté un suspiro, el aire viciado de las últimas veinticuatro horas se liberó un poco de mis pulmones. Mi camino se basaba en dormir. Pasado un rato, decidí dar un paseo por aquella casa del lago. Puedo jurar que era hermosa, con sus ventanas amplias que daban a un lago sereno, rodeado de árboles que apenas empezaban a mostrar los primeros toques del verano. Disfruté de un pequeño tiempo a solas, un respiro que me permitió cocinar algo sencillo y hacer otras tantas cosas que había pospuesto, esas pequeñas rutinas que me anclaban a la normalidad.
La mañana siguiente llegó con la misma prisa que todos los demás en campaña. El podio estaba listo, las personas llegaban en grupos, llenando el espacio con un zumbido de expectativa. La presentación comenzó, y llegó el momento de mi discurso. Subí al estrado, dejando atrás las frustraciones de la noche anterior y enfocándome en el propósito de mi presencia allí.
__Queridos ciudadanos de Misuri, es un honor inmenso como candidata encontrarme aquí con ustedes, poder brindarles apoyo y seguridad. Hoy no estoy aquí solo para dar un discurso, sino para dar respuestas a sus preguntas, para escuchar sus inquietudes y construir juntos el futuro que merecemos.
El tiempo terminó, los aplausos resonaron y la gente comenzó a acercarse. Hubo fotos, saludos y una avalancha de preguntas que respondí con la mejor de mis sonrisas. La energía de la multitud era palpable, me llenaba de una nueva fuerza. Justo cuando pensaba que la sesión había terminado, y mi equipo comenzaba a despejar el área, un hombre alto, con jeans , una chaqueta y un polo negros, y una gorra de béisbol baja que ocultaba parte de su rostro, comenzó a caminar hacia mí. Llevaba un impresionante ramo de rosas rojas.
Mis ojos se estrecharon. Solo una persona me llamaba así, y solo una persona tendría la audacia de aparecer de esa manera. Mi pulso se aceleró.
__¿Qué haces aquí, Halcón ?__preguntó, la sorpresa y una pizca de curiosidad indomable tiñendo mi voz.
Él sonriendo, la gorra se inclinó un poco revelando una chispa en sus ojos. No era la sonrisa de la burla de hace horas, sino una diferente, una que no había visto en mucho tiempo.
__¿Quieres ir a comer, conejo?
La propuesta de Ethan me tomó completamente por sorpresa. Después de todo el drama, la rivalidad y el apodo, la invitación a comer sonaba tan fuera de lugar que casi parecía una broma. Sin embargo, su expresión era seria, aunque con ese brillo divertido en los ojos que lo caracterizaba. Miré a mi equipo, que ya me hacía señas discretas para la siguiente reunión. Este era un completo desvío de mi agenda meticulosamente planeada.
__¿Comer?__ repetí, dejando que el nombre" Halcón" flotara en el aire entre nosotros, un recuerdo de nuestros viejos tiempos universitarios, cuando éramos rivales en el debate, pero también, extrañamente, compañeros.
__Sí, comer. Con esto de la campaña, ¿cuándo fue la última vez que tuviste una comida normal, sin cámaras ni asesores?__ argumentó, moviendo las rosas suavemente. Había una verdad innegable en sus palabras. Mi vida se había convertido en un torbellino de comidas rápidas y cenas formales.
Un segundo de duda, un milisegundo de considerar las implicaciones políticas de ser vista con mi principal oponente. Luego, miré el ramo de rosas rojas que sostenía, un gesto inesperado de una parte de él que rara vez se mostraba en público. La curiosidad, y quizás un anhelo por un momento de autenticidad, me ganó.
__Dame un minuto__le dije a mi equipo, que intercambió miradas de confusión antes de asentir a regañadientes. Me volví hacia Ethan. __Está bien, Halcón. Pero tú eliges el lugar y no quiero nada de politiqueo"
Su sonrisa se amplió, genuina esta vez.
__Trato hecho, conejo.
Minutos después, estábamos en su coche, un vehículo discreto y sin logos de campaña. Ethan me llevó a un pequeño restaurante local, una joya escondida lejos del bullicio del centro. Era acogedor, con manteles a cuadros y el aroma a comida casera flotando en el aire. No había cámaras, ni asesores, solo unas pocas familias locales disfrutando de su almuerzo. Nos sentamos en una esquina, y por primera vez en días, me sentí verdaderamente relajado.
La conversación fluyó fácil, sorprendentemente. No hablamos de encuestas, ni de discursos, ni de estrategias. Hablamos de nuestros años universitarios, de anécdotas divertidas y de los profesores que nos sacaron de quicio. Nos reímos de viejas rivalidades académicas y de los apodos que nos habíamos puesto mutuamente. Ethan incluso se disculpó, a su manera, por lo de Max, aunque con un tono que dejaba claro que no estaba completamente arrepentido.
__Mira, sé que Max es... Max__dijo, mientras disfrutábamos de unos sándwiches generosos__Pero, ¿en serio creíste que te dejaría completamente tirada? Siempre tengo un ojo puesto en ti, conejo. Incluso si eres mi competencia.
Ese comentario me hizo fruncir el ceño, una mezcla de molestia y una extraña sensación de comodidad. Me contó que había hablado con Max después de la fiesta para asegurarse de que estuviera bien, y que de alguna manera se había entrado de mi desfile en Misuri y decidió arriesgarse a aparecer. La noche anterior, la frustración me había cegado a la posibilidad de que hubiera alguna explicación, por muy precaria que fuera.
La comida fue deliciosa y el ambiente, liberador. Hablamos de la vida, de los desafíos de equilibrar las aspiraciones personales con las exigencias profesionales. Por un par de horas, éramos simplemente Mary y Ethan, dos personas compartiendo una comida, sin dos candidatos a la presidencia. Cuando la camarera se acercó con la cuenta, sintió una punzada de nostalgia. El tiempo de ese inesperado interludio había terminado.
__Bueno, creo que es hora de que el Halcón lleve al Conejo de vuelta a su madriguera__ dijo Ethan, con una sonrisa, mientras pagaba la cuenta.
Asentí, la mente ya volviendo a la agenda, a los próximos mítines ya la interminable batalla. Pero en el coche de regreso a la casa, el peso en mis hombros se sentía un poco más ligero. A pesar de la rivalidad, a pesar de los juegos de poder, había un extraño consuelo en la presencia de alguien que me conocía tan bien, que entendía las presiones que enfrentaba y que, de alguna forma, se preocupaba. Era una contradicción, un enigma, pero en ese momento, una parte de mí lo agradecía.