La casa en Misuri, donde nos quedamos, estaba sumida en un silencio total y completo. Fuera, no se escuchaba nada, absolutamente nada. Era el tipo de quietud que, en lugar de reconfortar, a veces no nos hacía sentir en casa, demasiado ajena al bullicio al que estábamos acostumbrados. Roy, mi fiel asistente y estratega, se encontró conmigo. Teníamos un día antes de volar a Míchigan para el próximo debate, y mientras tanto, planeábamos el siguiente paso, el plan para la siguiente ofensiva.
__¿Rosas?__ preguntó Roy, su voz rompiendo el silencio, con un aire de "ya sabes a lo que me refiero".
__Ya le llevé__respondí, mi mente divagando ligeramente.
__¿Chocolates?__ insistió, siempre con la táctica de ablandar.
___No sé si le gusten__ admití, dudando.
Roy suspir, con una paciencia que solo poda tener conmigo.
__No, ¿tienes otra idea? ¿Algo más que hacer? ¿Algún documento pendiente que necesita tu atención?
De repente, una bombilla se encendió en mi cabeza.
__¡Eres un genio, Roy, un genio!
Tomé el teléfono e inmediatamente la llamé. Sonó un par de veces antes de que su voz, un poco adormilada y cautelosa, respondiera.
___¿Qué haces?__preguntó, y me di cuenta de que mi tono era demasiado ansioso, demasiado revelador.
__¿Para qué quieres saber__, replicó ella, siempre a la defensiva.
__Palomitas y cine__solté, con una idea que acababa de formarse.
__¿Qué quieres, Smith?__su voz sonaba aún más escéptica.
__Palomitas y cine__ repetí, ahora con más convicción, como si fuera la oferta más obvia y tentadora del mundo.
Ella suspiro, un sonido exasperado que resonó por el auricular. Después de un breve silencio, se rindió.
__Está bien.
Sonreí, una sonrisa tan estúpida que no se podía ver a través de la pantalla del móvil.
__Nos vemos en media hora, para desayunar.
Se quedó en silencio por un momento, sin procesar la brusquedad de mi horario.
__Está bien __dijo finalmente, con un tono resignado.
Colgué el teléfono y entré a la ducha con una sonrisita que no podía borrar de mi rostro. Había estado detrás de ese "conejito" desde hacía tiempo como para dejarlo ir. Mary García era una rubia malhumorada y dominante, sí, pero su inteligencia, su pasión y su terquedad me atraían de una forma inexplicable.
¿Amigos? Como si me lo creyera del todo. No, lo que sentía por ella iba mucho más allá de una simple amistad. Salí de la ducha, el vapor aún empañaba el espejo, y me dirigió a mi armario para sacar "la vieja confiable": ropa negra. Unos pantalones de vestir negros, un polo negro y una chaqueta a juego. Era mi uniforme de batalla, discreto y elegante.
__Espero que estés abajo__envié un mensaje rápido.
__Dijiste en media hora__respondió ella de inmediato.
__Mentí__, respondí, mi sonrisa se ampliaba aún más.
Conduje hasta la casa en la que ella estaba. La vi esperándome afuera, y mi aliento se detuvo por un instante. Llevaba un vestido Chanel rosa con rayas blancas, el cabello rubio ligeramente despeinado por la brisa. Estaba radiante. Me miré a mí mismo, en mi atuendo monocromático.
__Parezco un mal vestido delante suyo, señorita candidata a la presidencia__ comenta, bajando la ventanilla.
Mary solo rodó los ojos, pero una pequeña sonrisa apareció en sus labios.
__Me debes un desayuno__ dijo antes de subirse.
Llegamos a un café lugareño, uno de esos lugares familiares que te hacen sentir un calor hogareño. El aroma a café recién molido ya panqueques dulces llenaba el aire. Nos sentamos en una mesa junto a la ventana, observando la tranquila calle. Mary tenía los ojos fijos en mí, una mirada inquisitiva, como si supiera que esto no era un "desayuno de campaña" común.
__Entonces, ¿palomitas y películas?_, preguntó mientras se cruzaba de brazos, mirándome fijamente. Había una mezcla de escepticismo y curiosidad en su tono.
__Sí__ respondió, mientras le daba una generosa mordida a mi panqueque. Estaba decidido a que este día fuera diferente.
__Nada de trucos__, advirtió, con una gravedad que casi me hace sonreír.
__Nada de trucos__ repetí, levantando las manos en señal de rendición.
Mary ladeó la cabeza, evaluándome por un segundo más, antes de comenzar a comer sus panqueques. El desayuno fue sorprendentemente fácil y placentero. La conversación fluyó de forma natural, sin la pesadez de la política. Hablamos de libros, de música, de trivialidades que en otro contexto habrían parecido irrelevantes, pero que ahora se sentían como un tesoro. Terminamos el desayuno y decidimos dar un paseo por la pequeña ciudad. La mañana se extendía en una calma que rara vez experimentábamos. Sinceramente, aquel desayuno fue más bien un brunch, por la cantidad de tiempo que estuvimos allí, perdidos en una burbuja de normalidad.
Caminamos por calles arboladas, con casas antiguas y jardines bien cuidados. El sol de la mañana nos acariciaba el rostro, y la brisa ligera agitaba el cabello de Mary. Observé cómo sus ojos brillaban al mirar los escaparates de las pequeñas tiendas, cómo su sonrisa se volvió más suave y genuina. Por un momento, me olvidé de que era mi rival, la mujer a la que debía superar. Solo veía a Mary. Y la verdad era que Mary, la persona, me gustaba mucho más que la candidata.
Llegamos al cine local, un edificio antiguo con un letrero de neón que parpadeaba. Mary miró la cartelera, una expresión de divertida anticipación en su rostro.
__¿Terror o romance?__ preguntó, viendo las opciones. Había una película de terror de bajo presupuesto y una comedia romántica predecible.
__Terror, Smith__ respondió con un brillo desafiante en sus ojos__ ¿O acaso el Halcón le tiene miedo a las películas de terror?__ Su burla era un anzuelo, y yo lo tomé sin dudar.
__Ya veremos__ le respondió, con una sonrisa enigmática. Compré las entradas y dos cubos gigantes de palomitas.
La sala del cine era casi oscura, con solo unas pocas personas dispersas. Nos sentamos en una fila en el medio, las palomitas entre nosotros. A medida que la película de terror avanzaba, me di cuenta de que Mary se sobresaltaba con cada jump scare , aferrándose disimuladamente a su brazo. Era un detalle pequeño, casi imperceptible, pero me hizo sonreír. Me gustaba esa faceta suya, la que no mostraba al mundo. De vez en cuando, nuestros dedos se rozaban al tomar palomitas, y una chispa casi eléctrica recorría mi brazo. Había una química innegable entre nosotros, una que se sentía más intensa en el aislamiento de esa sala de cine, lejos de las miradas ajenas.
Al salir del cine, el sol ya comenzaba su descenso, tiñendo el cielo de tonos dorados y naranjas. La conversación era más ligera, comentando las escenas de la película. Ella bromeó sobre mi "valentía" y yo sobre su "susto" disimulado. El ambiente era de una complicidad tan dulce que casi dolía. Era un día perfecto, el tipo de día que no debería existir entre rivales políticos.
Caminábamos de regreso al coche, y el aire fresco de la tarde era una caricia. Me sentí inexplicablemente feliz. Esa felicidad, esa sensación de que quizás, solo quizás, había una oportunidad para nosotros más allá de la contienda, me llenó el pecho. Estaba a punto de decir algo, algo real, algo que no fuera una burla o una frase de campaña.
Pero justo en ese instante, el mundo exterior irrumpió sin pedir permiso. Su teléfono vibró en su bolsillo, un zumbido discordante que rompió la magia del momento. La vi sacar el móvil y la pantalla se ilumina. El nombre de Max apareció en la pantalla.
Mi sonrisa se congeló. La chispa en mis ojos se extinguió. El "Halcón" que había estado a punto de mostrar una vulnerabilidad inesperada, volvió a cerrar sus alas. En ese preciso instante, sentí un puñetazo en el estómago, un golpe frío y certero que me recordó mi posición. Máx. Siempre Max. No importa lo que hiciéramos, no importaba cuán bien nos la pasáramos, él siempre estaría allí, una sombra constante. Sentí cómo toda la oportunidad, el tenue hilo de esperanza que había construido a lo largo del día, se desvanecería. La competencia por la presidencia era una cosa, pero la competencia por Mary... esa era una batalla que parecía no tener fin, y de repente, me sentí en clara desventaja.