Después de esa conversación, ambas se concentraron en el trabajo. Pasaron varias horas organizando pedidos, acomodando flores y asegurándose de que todo estuviera listo para el día siguiente. Finalmente, cerraron la tienda y salieron con un suspiro de cansancio. —Tenemos un pedido grande para mañana —dijo Amanda con pesar. —Y nos faltan los tulipanes en color lila con cierto toque azulado y blancos… —Elena lanzó un gemido de frustración—. Mañana, a primera hora, tienes que estar acechando. —Entendido, jefa —respondió Amanda con una sonrisa mientras empezaban la caminata hacia su casa—. Voy a hacer el pedido de las alitas picantes. —No te detengo —respondió Elena con una leve risa. La noche de pijamada prometía ser interesante, aunque Elena tenía claro que Amanda no iba a soltar el tema de Damian tan fácilmente. Elena sonrió con diversión mientras escuchaba a Amanda hablar. Extrañaba esos momentos con su amiga, y se daba cuenta de lo mucho que había perdido al dejarse absorb
—Gracias por acompañarme—Elena le sonrió tímidamente. Damian se acercó a ella, poniendo su mano en el marco de la puerta y pegándola hacia ella. —No hay de que—ella se preguntaba cómo es que él tenía una sonrisa tan sexy, eso no debería existir—¿me invitas a pasar? —Elena seducida por su mirada, apenas consiguió emitir una afirmación. Damián sonrió con satisfacción ante su respuesta y, con un movimiento ágil, empujó suavemente la puerta para entrar. Su presencia llenó el espacio, trayendo consigo ese aroma varonil que a Elena le resultaba tan embriagador. Ella retrocedió un paso, sintiendo su corazón latir con fuerza en el pecho. Había algo en él, en la forma en que la miraba, que hacía que su piel se estremeciera. —Espero no estar abusando de tu hospitalidad —bromeó Damián, con esa sonrisa ladeada que la hacía perder la razón. —No… para nada —respondió ella, aunque su voz salió un poco más baja de lo que pretendía. Él la observó en silencio por un momento, sus ojos recorri
Levantó la vista hacia Damián, quien la observaba con una expresión relajada mientras cortaba un pedazo de albóndiga con su tenedor. —Oye… —comenzó, tratando de sonar casual— ¿quiénes son las chicas que están en la foto? —¿Te refieres a las de la pared? —Si. —Son mis hermanas.—Elena quedó sorprendida. No esperaba esa respuesta, solo atinó a pinchar una albóndiga y llevársela a la boca. — Merli tiene 32 y Carly 30, son mis hermanas mayores, soy el menor, podrás imaginar como hicieron de mi un esclavo. —No pensé que tuvieras hermanas —comentó, volviendo la vista hacia él. Damián se encogió de hombros con naturalidad. —No es algo que mencione mucho. Elena frunció el ceño, preguntándose por qué. —¿Viven aquí? —No. —Su respuesta fue rápida, casi cortante, pero luego sonrió ligeramente— Somos de una ciudad pequeña a unas 6 horas en carro, ambas viven allí, una esta casada y mi otra hermana tiene 2 hijos. Daniel y Gabriel Elena asintió lentamente, procesando la informa
Elena giró la llave con un suspiro. El sonido del cerrojo cediendo resonó en el silencio del pasillo del edificio. Su nuevo hogar. O al menos, eso intentaba repetirse.El departamento le pertenecía desde hace meses, un regalo póstumo de sus padres. Antes de su muerte, ella no vivía con ellos. Tenía su propia vida en un pequeño cuarto que compartía con su mejor amiga, mientras trabajaba en su tienda de flores. Pero ahora, con ellos ausentes, la casa quedó en sus manos.Por un tiempo, pensó en venderla. Le parecía demasiado grande para ella sola y, sobre todo, estaba llena de recuerdos que no sabía si podía enfrentar. Así que la dejó cerrada casi un año, sin atreverse a entrar. Solo enviaba a alguien a limpiarla de vez en cuando, asegurándose de que el polvo y el tiempo no la reclamaran por completo.Pero, al final, la idea de desprenderse de lo último que le quedaba de sus padres le resultó insoportable. Así que se obligó a mudarse.No era fácil. Perder a sus padres le había dolido com
Había pasado un año y medio desde que Elena Fusset se había mudado al departamento. En todo ese tiempo, su rutina había sido la misma: trabajar en su tienda de flores, regresar a casa agotada y repetir el ciclo al día siguiente. No se consideraba alguien sociable, y aunque conocía a algunos vecinos, solo intercambiaba saludos cortos o conversaciones superficiales. Sin embargo, había una excepción. Damián. Elena llegó del trabajo con el cansancio pegado al cuerpo. El ascensor seguía malogrado, así que no tuvo más opción que subir las escaleras. Soltó un suspiro y comenzó a subir los escalones con pasos pesados, deseando nada más que una ducha caliente y descansar. A mitad del tramo, escuchó pasos detrás de ella. Por inercia, giró un poco la cabeza y entonces lo vio. Damián. Su vecino. Alto, asombrosamente fornido, sexy sin esfuerzo, con esa manera de moverse que parecía diseñada para llamar la atención. Su camiseta se ajustaba a su torso, marcando cada músculo con descaro, y su e
Damián exhaló con frustración, empujando esos pensamientos fuera de su cabeza. No servía de nada imaginar lo que no podía tener. Elena tenía novio, por más que ese imbécil no la valorara como debería.Pero si algún día ella decidía dejarlo…Sacudió la cabeza, apagando la ducha bruscamente. No podía permitirse pensar de esa manera. No cuando ella seguía atrapada en una relación que, a juzgar por lo que había escuchado, estaba llegando a su límite.Se pasó una toalla por el cabello, mirándose en el espejo con el ceño fruncido. Su reflejo le devolvió la mirada con la misma intensidad con la que él pensaba en Elena.No. No era momento de actuar. Pero si ella llegaba a ser libre, él no cometería el mismo error dos veces. Esta vez, se aseguraría de no quedarse de brazos cruzados.Porque si alguien iba a demostrarle a Elena lo que era ser realmente deseada, no sería su patético novio actual.Sería él.Elena, por su parte, no pudo dormir bien esa noche.Dio vueltas en la cama una y otra vez,
Pasaron pocos dias y Elena ya estaba perdiendo toda la paciencia que le quedaba con este hombre, tenía ciertas ganas de ahorcarlo por momentos. No supo en que momento pudo ver algún encanto en el, no lo recordaba de esa forma, ahora parece que su armario es todo el departamento, ropa por aquí, ropa por allá, y Dios quiere que esa ropa sea limpia, pero no. Se encontraba en un punto en el que le daba igual si algo le pasaba, no la ayudaba con las cosas de la casa, y muy poco o nada daba para llenar la refrigeradora y poder comer en el mes, pero la conchudez es grande en algunas personas. Ella parecía que estaba criando a un niño. Mientras ella separa la ropa sucia de la limpia que el debería hacer, el individuo se encontraba sentado en un pequeño sillón del cuarto, como si la vida le pudiese solucionar todos su problemas en un santiamén, concentrado otra vez en el celular y sería bueno si el tuviese un trabajo. Elena pensaba que era otro vago mas en el mundo, ella observo la habitación
Se adentró en el departamento azotando la puerta y fue directo a su cuarto. Se sentía estresada por tanto griterío que había soltado, pero sabía que nada la aliviaría más que un buen baño. Saltó a la cama, agarró la almohada y ahogó un grito allí. No quería que los vecinos pensaran que estaba loca. Levantó la mirada hacia el reloj apoyado sobre la cabecera de la cama: cinco y treinta. Se dirigió al baño, abrió la ducha y esperó a que el agua saliera caliente. Ya desnuda, dio un paso bajo el chorro y suspiró. Echó la cabeza hacia atrás, se lavó el cabello, se afeitó las piernas… El agua fue su refugio durante casi una hora. Al salir, se sentía renovada, sensible. Soltó su cabello, uso la secadora, y fue hacia su cama para aplicarse crema en el cuerpo. Justo ahora, más que nunca, se sentía femenina. Volvería a cuidarse. Notó cómo ciertas partes de su piel estaban resecas. Cerró los ojos, colocó crema en sus hombros y pensó: ¿En qué momento me descuidé tanto? —Hola. Levantó la mirad