Pasaron pocos dias y Elena ya estaba perdiendo toda la paciencia que le quedaba con este hombre, tenía ciertas ganas de ahorcarlo por momentos. No supo en que momento pudo ver algún encanto en el, no lo recordaba de esa forma, ahora parece que su armario es todo el departamento, ropa por aquí, ropa por allá, y Dios quiere que esa ropa sea limpia, pero no. Se encontraba en un punto en el que le daba igual si algo le pasaba, no la ayudaba con las cosas de la casa, y muy poco o nada daba para llenar la refrigeradora y poder comer en el mes, pero la conchudez es grande en algunas personas. Ella parecía que estaba criando a un niño.
Mientras ella separa la ropa sucia de la limpia que el debería hacer, el individuo se encontraba sentado en un pequeño sillón del cuarto, como si la vida le pudiese solucionar todos su problemas en un santiamén, concentrado otra vez en el celular y sería bueno si el tuviese un trabajo. Elena pensaba que era otro vago mas en el mundo, ella observo la habitación con detenimiento para ver si había alguna ropa tirada y recordó que no era el mismo desde que empezó a vivir con Bill, ya no estaba como a ella le gustaba, había mucho cambios y no de los buenos, lo único que permanecía era el orden gracias a ella, porque si fuese por el estarían viviendo en un basurero y es que a ella le gustaba hacer cambios de posición en su cuarto, le encantaba hacerlo de noche, con un poco de música, no importaba si se quedaba hasta el amanecer, ella disfrutaba porque pensaba que dedicaba su tiempo para que se sintiese cómoda, pero ahora se encontraba de la misma forma cuando su novio llegó. Una generosa cama cerca de la puerta, unos muebles donde estaba su ropa y entre esos mueble se encontraba un gran espejo, algunos estantes que usaba para poner sus libros y algunas decoraciones. Tenia un pequeño sillón que miraba hacía la ventana y recordó que escogió el departamento por esas benditas ventanas, estaba obsesionada porque ocupaba desde el techo al suelo, era absolutamente grande para un cuarto de departamento. Y colocarle doble cortina era necesario, una preferentemente para la iluminación natural que era casi transparente y otro de color beige para ocultar su cuarto de la vista de al frente. En especial la vista hacia el vecino. Después de apreciar todo, noto la concentración de su novio al celular, absolutamente silencioso, más que de costumbre, se acerco sigilosamente, su corazonada estaba en modo activo. Otra vez. Ya había demasiados indicios de muchos mensajes con muchas mujeres, y no solo de quienes no conocía sino de sus amigas a las que si la conocían y no tuvo el agrado de llevarse bien con ninguna, porque eran demasiado... Resbalosas. Pasó como un alma detrás de el, haciendo el poco ruido posible y sin que el sienta su presencia, al ver el celular pudo fijarse que esta metido en un chat, ¿puede ser mas desgraciado un tipo? La foto del culo de una fémina con muchos emoticones de fuego estaban presente allí, Elena fijándose bien, vio el contacto, era una amiga de el y supuso que para que ella tenga la confianza de mandarle eso, ha tenido que haber mas en ese chat. Automáticamente, la ropa se le cayó de las manos y, antes de que él se diera la vuelta por completo, Elena le arrebató el celular con una habilidad increíble. Un ladrón quedaría loco con la rapidez con la que se lo quitó. —¡¿Qué diablos, Elena?! —exclamó Bill, atónito, mirando sus manos vacías. Era obvio que ella notó su nerviosismo de inmediato. —¡El diablo y un cuerno! —gritó ella aún más fuerte—. ¿Qué me vas a decir respecto a esto? Le mostró la imagen de un trasero. Elena no iba a permitir que él le hiciera gaslighting como las otras veces en las que la había tomado por tonta. Esta vez, él era quien tenía más que perder, viviendo bajo su techo, comprado con el sudor de su frente. ¿Y haciéndome esto? Sacó la imagen y revisó más de la conversación. Seguía encontrando cosas obscenas, cada vez más asquerosas. Su boca se abrió en una mezcla de sorpresa y asco cuando vio la foto del pene de Bill. ¿Cómo podía saber con certeza que era él? Pues lo tenía de una forma muy particular, o mejor dicho, extraña. A su parecer, estaba torcido hacia la izquierda y era tan pálido que parecía de muerto. Levantó la pantalla del celular para mostrárselo. —No es lo que parece, ella está jugando —balbuceó Bill. Elena se sintió aún más ofendida y enojada. ¿Realmente creía que podía engañarla cuando lo tenía justo frente a sus ojos? —¿No es lo que parece? —repitió ella con indignación. Salió del chat con aquella mujer y revisó más contactos. Más nombres. Más mujeres. Su mente dijo basta. Esto era suficiente. No quería seguir viendo más. Era demasiado. Más de lo que podía tolerar. Se agotó su paciencia. Respiró hondo, tratando de mantenerse en calma. —Te largas de acá —dijo con voz serena, aunque la vena en su frente debía ser más que evidente—. Agarra tus cosas antes de que pierda lo poco que me queda de cordura y te tire por la ventana. Ni siquiera lo miró. —Elena, tienes que creerme, no es lo que parece. Ella me sedujo, y tú siempre estás trabajando… Aún con el celular en la mano, hizo lo más razonable en ese momento: lo lanzó con fuerza hacia la ventana. Estaban en el quinto piso. El Señor de los Cielos sabría que ese teléfono estaba destinado a hacerse trizas contra el suelo. —¡¿Estás loca?! —gritó Bill, horrorizado. —¿Que si estoy loca? —Ah, no, señor, no me des un arma porque lo mato. La indignación recorrió todo su cuerpo. Sus ojos se movieron rápido por la habitación hasta encontrar su ropa sucia. Corrió, la agarró y, con la misma furia con la que lanzó el celular, la arrojó por la ventana. —¡Te vas de mi casa! ¡Te vas a la m****a ahora! No te voy a soportar más. Y si tu cerebro todavía no lo ha entendido, esto se acabó. Bill la miró con altanería, como si todavía tuviera el control de la situación. —Te vas a arrepentir de dejarme —espetó con arrogancia—. Vas a venir suplicándome que regrese contigo. Elena abrió los ojos de par en par y, sin pensarlo dos veces, agarró lo primero que vio: una secadora de cabello. No hizo falta mucho para que Bill saliera corriendo del cuarto, atravesara el departamento y se lanzara por la puerta como si el diablo lo persiguiera. —¿Suplicarte? Si soy yo la que te está botando, ridículo. El silencio se apoderó de la habitación. Un silencio tan pesado como el alivio que se instaló en su pecho. No se sentía triste por haber terminado con él. No había dolor. Se dio cuenta de que había hecho el luto durante toda la relación. Aguantó más de un año y, ahora que lo veía con claridad, no estaba enamorada de Bill. Estaba enamorada de lo que pensó que era. O de lo que quería que fuera. Y, finalmente, lo dejó ir. ✨️I N S T A G R A M: soteriasvibesSe adentró en el departamento azotando la puerta y fue directo a su cuarto. Se sentía estresada por tanto griterío que había soltado, pero sabía que nada la aliviaría más que un buen baño. Saltó a la cama, agarró la almohada y ahogó un grito allí. No quería que los vecinos pensaran que estaba loca. Levantó la mirada hacia el reloj apoyado sobre la cabecera de la cama: cinco y treinta. Se dirigió al baño, abrió la ducha y esperó a que el agua saliera caliente. Ya desnuda, dio un paso bajo el chorro y suspiró. Echó la cabeza hacia atrás, se lavó el cabello, se afeitó las piernas… El agua fue su refugio durante casi una hora. Al salir, se sentía renovada, sensible. Soltó su cabello, uso la secadora, y fue hacia su cama para aplicarse crema en el cuerpo. Justo ahora, más que nunca, se sentía femenina. Volvería a cuidarse. Notó cómo ciertas partes de su piel estaban resecas. Cerró los ojos, colocó crema en sus hombros y pensó: ¿En qué momento me descuidé tanto? —Hola. Levantó la mirad
Caminó hacia la habitación con paso seguro, mientras su miembro rozaba su entrada, tan duro y palpitante como su propio deseo. La colocó sobre la cama como si fuera de seda, para después quitarle la camisa que tenia puesta. La observó un instante, sonrojada por el deseo, con los labios entreabiertos, con los pezones erectos tentado a ser chupados, la curva de sus caderas, la humedad evidente entre sus muslos. Se mordió el labio inferior y bajó la mirada hacia su propio sexo, orgulloso y erguido, vibrante de anticipación. Se arrodilló frente a la cama y separó suavemente sus piernas. Elena temblaba, no de miedo, sino de expectativa. Damián deslizó sus manos por el interior de sus muslos, subiendo lentamente, con una reverencia casi religiosa. Cuando sus dedos tocaron los labios húmedos de su intimidad, Elena soltó un jadeo. Él sonrió, complacido. —Estás tan mojada para mí… Damián acarició los pliegues húmedos con sus dedos, dibujando círculos suaves alrededor del centro de su
Al día siguiente, Elena no podía dejar de pensar en lo raro que había sido forma de cambiarse de Damian, aunque había pasado una noche exquisita con su cuerpo pero eso no la destrajo de algunos pensamientos. Inseguridades. No quería una relación romántica con un hombre al que no podía confiarle su corazón. Sus relaciones anteriores por supuesto fueron un completo y absoluto desastre, pero esta vez iba a tener precauciones e iba a empezar con no pensar tanto en el. Aunque fuese guapo, absolutamente sexy y condenadamente seductor no iba a caer rápidamente, por mas palabras que el le haya dicho. Pero maldita sea si es que el sexo era buenísimo, ella no podía evitar pensar en eso. A cada momentos le venían recuerdos que la hacían sonrojarse. —¡Ya basta! —Elena salió del trance en el que se encontraba y se dio cuenta de que había estado revolviendo las flores sin ningún sentido ni propósito.—¿No le vas a contar a tu mejor amiga qué es lo que te ha pasado? Amanda era una chica explosivame
Después de esa conversación, ambas se concentraron en el trabajo. Pasaron varias horas organizando pedidos, acomodando flores y asegurándose de que todo estuviera listo para el día siguiente. Finalmente, cerraron la tienda y salieron con un suspiro de cansancio. —Tenemos un pedido grande para mañana —dijo Amanda con pesar. —Y nos faltan los tulipanes en color lila con cierto toque azulado y blancos… —Elena lanzó un gemido de frustración—. Mañana, a primera hora, tienes que estar acechando. —Entendido, jefa —respondió Amanda con una sonrisa mientras empezaban la caminata hacia su casa—. Voy a hacer el pedido de las alitas picantes. —No te detengo —respondió Elena con una leve risa. La noche de pijamada prometía ser interesante, aunque Elena tenía claro que Amanda no iba a soltar el tema de Damian tan fácilmente. Elena sonrió con diversión mientras escuchaba a Amanda hablar. Extrañaba esos momentos con su amiga, y se daba cuenta de lo mucho que había perdido al dejarse absorb
—Gracias por acompañarme—Elena le sonrió tímidamente. Damian se acercó a ella, poniendo su mano en el marco de la puerta y pegándola hacia ella. —No hay de que—ella se preguntaba cómo es que él tenía una sonrisa tan sexy, eso no debería existir—¿me invitas a pasar? —Elena seducida por su mirada, apenas consiguió emitir una afirmación. Damián sonrió con satisfacción ante su respuesta y, con un movimiento ágil, empujó suavemente la puerta para entrar. Su presencia llenó el espacio, trayendo consigo ese aroma varonil que a Elena le resultaba tan embriagador. Ella retrocedió un paso, sintiendo su corazón latir con fuerza en el pecho. Había algo en él, en la forma en que la miraba, que hacía que su piel se estremeciera. —Espero no estar abusando de tu hospitalidad —bromeó Damián, con esa sonrisa ladeada que la hacía perder la razón. —No… para nada —respondió ella, aunque su voz salió un poco más baja de lo que pretendía. Él la observó en silencio por un momento, sus ojos recorri
Levantó la vista hacia Damián, quien la observaba con una expresión relajada mientras cortaba un pedazo de albóndiga con su tenedor. —Oye… —comenzó, tratando de sonar casual— ¿quiénes son las chicas que están en la foto? —¿Te refieres a las de la pared? —Si. —Son mis hermanas.—Elena quedó sorprendida. No esperaba esa respuesta, solo atinó a pinchar una albóndiga y llevársela a la boca. — Merli tiene 32 y Carly 30, son mis hermanas mayores, soy el menor, podrás imaginar como hicieron de mi un esclavo. —No pensé que tuvieras hermanas —comentó, volviendo la vista hacia él. Damián se encogió de hombros con naturalidad. —No es algo que mencione mucho. Elena frunció el ceño, preguntándose por qué. —¿Viven aquí? —No. —Su respuesta fue rápida, casi cortante, pero luego sonrió ligeramente— Somos de una ciudad pequeña a unas 6 horas en carro, ambas viven allí, una esta casada y mi otra hermana tiene 2 hijos. Daniel y Gabriel Elena asintió lentamente, procesando la informa
Elena giró la llave con un suspiro. El sonido del cerrojo cediendo resonó en el silencio del pasillo del edificio. Su nuevo hogar. O al menos, eso intentaba repetirse.El departamento le pertenecía desde hace meses, un regalo póstumo de sus padres. Antes de su muerte, ella no vivía con ellos. Tenía su propia vida en un pequeño cuarto que compartía con su mejor amiga, mientras trabajaba en su tienda de flores. Pero ahora, con ellos ausentes, la casa quedó en sus manos.Por un tiempo, pensó en venderla. Le parecía demasiado grande para ella sola y, sobre todo, estaba llena de recuerdos que no sabía si podía enfrentar. Así que la dejó cerrada casi un año, sin atreverse a entrar. Solo enviaba a alguien a limpiarla de vez en cuando, asegurándose de que el polvo y el tiempo no la reclamaran por completo.Pero, al final, la idea de desprenderse de lo último que le quedaba de sus padres le resultó insoportable. Así que se obligó a mudarse.No era fácil. Perder a sus padres le había dolido com
Había pasado un año y medio desde que Elena Fusset se había mudado al departamento. En todo ese tiempo, su rutina había sido la misma: trabajar en su tienda de flores, regresar a casa agotada y repetir el ciclo al día siguiente. No se consideraba alguien sociable, y aunque conocía a algunos vecinos, solo intercambiaba saludos cortos o conversaciones superficiales. Sin embargo, había una excepción. Damián. Elena llegó del trabajo con el cansancio pegado al cuerpo. El ascensor seguía malogrado, así que no tuvo más opción que subir las escaleras. Soltó un suspiro y comenzó a subir los escalones con pasos pesados, deseando nada más que una ducha caliente y descansar. A mitad del tramo, escuchó pasos detrás de ella. Por inercia, giró un poco la cabeza y entonces lo vio. Damián. Su vecino. Alto, asombrosamente fornido, sexy sin esfuerzo, con esa manera de moverse que parecía diseñada para llamar la atención. Su camiseta se ajustaba a su torso, marcando cada músculo con descaro, y su e