Dentro hay varias habitaciones, a cada lado del oscuro pasillo, donde los clientes más exhibicionistas lujuriosos exhiben a los pervertidos voyeristas sus juegos de shibari, dominación y sumisión, o simple sexo salvaje.
Los sonidos de gemidos saturan cada rincón por el que caminan, intercalados con alguno que otro grito de dolor o placer, o ambas cosas. De algunas de las habitaciones por las que pasan emanan los inconfundibles sonidos de bofetadas o el agudo chasquido de una pala o un bastón.
Hay gente fuera de las habitaciones que no han sido protegidas, observando las actividades. Julian no puede evitar mirar a Giorgia por encima del hombro para ver si se está permitiendo ver lo que pasa en esas habitaciones. Efectivamente, tiene los ojos muy abiertos y fijos en lo que está ocurriendo detrás de la ventana por la que pasan: un hombre completamente vestido que da placer a una mujer desnuda con una varita mágica mientras ella está atada, sin poder hacer nada para resistirse.
Su man