A la mañana siguiente Julian se prepara una cafetera con la esperanza de que el subidón de la cafeína le quite la maldita resaca, pero, especialmente, que le ayude a alejar sus pensamientos de Giorgia Hill y lo que pasó la noche anterior. Se asoma a la ventana de su habitación y descubre un cielo asediado por unos amenazantes nubarrones grises que se ciernen sobre la ciudad. Encaja a la perfección con su estado de ánimo.
A Julian le preocupa la falta de autocontrol que ha demostrado todo este tiempo, desde que Giorgia se interpuso en su mundo perfecto y controlado, para desbaratarlo, mientras recuerda los dulces labios de ella. Su perfume aún impregna su piel y el olor lo embriaga cada vez más. Aunque su cuerpo todavía vibra de placer tras el escarceo, tiene la mente atrapada en una maraña de emociones.
Todavía no entiende a la perfección qué es lo que sucede con él; no sabe por qué razón se humilló de esa manera con Giorgia, pidiéndole que le hiciera el favor y se lo follara. ¿Cuándo