—Qué demonios estás…
Las palabras se atascaron en mi garganta. Murieron antes de poder salir. Porque mi cerebro no podía computar lo que estaba viendo.
Natasha no me miró. No podía. Su cara estaba enterrada entre los muslos de un Beta, su miembro empujado tan al fondo de su garganta que se estaba ahogando con ella, los ojos vidriosos, las mejillas surcadas de lágrimas y saliva. Sus manos agarraban sus muslos como si necesitara un ancla. Su boca estaba bien abierta, los labios rojos e hinchados. No estaba luchando. Estaba gimiendo a su alrededor.
Detrás de ella, otro hombre la embestía por el coño por detrás, sus caderas embestían con una violencia despiadada, sus manos agarraban su cintura como si intentara partirla por la mitad. Sus muslos se flexionaban. Sus gemidos eran salvajes. Su verga estaba empapada en su flujo, brillando cada vez que salía antes de que la volviera a meter. El sonido solo hizo que mi coño se apretara.
Era asqueroso. Y no paró ahí.
Un tercer hombre estaba arrodi