Así, sin más.

Damián. Alfa. Arrodillado frente a mí como si fuera a jodidamente adorarme. O a devorarme.

Sus manos se aferraron a mis muslos, dedos extendidos, hundiéndose en la suavidad como si midiera hasta dónde los abriría. Ya me estaba chorreando, ya estaba apretando, ya empapaba la maldita malla que apenas existía.

No levantó el vestido. No lo necesitaba. Se inclinó, abrió la boca y lamió directamente a través de la tela.

Lancé un grito. El calor de su lengua, el roce de sus dientes, la succión de sus labios arrastrándose por mi coño empapado a través de la malla… No podía respirar.

Gimió gravemente, oscuro, como si acabara de probar la droga por la que se moría de deseo. Luego agarró el dobladillo, lo aferró y arrancó el maldito vestido por encima de mis caderas con un movimiento brutal.

Mi coño estaba desnudo ahora. Abierto. Expuesto. Goteando frente a su cara como una ofrenda, como un puto festín.

—Joder —gruñó—. Estás empapada.

Gemí. Mis piernas temblaban. Ni siquiera lo habí