~Damián~

Bajé las escaleras como un hombre poseído.

El teléfono estaba pegado a mi oreja, mi voz ya era fuerte, cortante y jodidamente enojada, por la sangre aún caliente de anoche. No había dormido, apenas había respirado, joder.

—Escúchame y escúchame bien —gruñí en la línea, bajo y cabreado—. Si la sala del consejo no está asegurada antes de que llegue, voy a empezar a cortar dedos y a dárselos de comer a los perros. Uno por cada minuto que espere. ¿Me entiendes, Miguel?

Hubo una pausa.

—S-sí, Alfa…

—No tartamudees, joder.

Entré al pasillo con la mandíbula apretada y la voz subiendo. —Has tenido tres malditos días para barrer el perímetro. ¿Y me estás diciendo ahora… ahora… que dos de tus hombres no se reportaron? ¿Estás fuera de tu puta cabeza?

—Ellos… se quedaron sin radio en el Muro Este. Creemos…

—No me digas lo que crees, no te pagan para pensar, te pagan para obedecer. Si hay una brecha, quiero que se selle. Si hay renegados, quiero que estén muertos. Y si un maldito concejal